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Friday, February 14, 2014

Alfonso Reyes y América Latina - el cuerpo cultural, integración y utopía


-por Gregory Zambrano-

Supo bien aquel arte que ninguno
supo del todo, ni Simbad ni Ulises,
que es pasar de un país a otros países
y estar íntegramente en cada uno
Jorge Luis Borges

Mucho se ha señalado el hecho de que a Alfonso Reyes se le admira e incluso venera, como a un clásico. Esto tiene una doble lectura, la de una conciencia real de modelo, y la de una permanencia en un nicho al que sólo se acude por voluntad impuesta, o por mero ejercicio de curiosidad intelectual. En todo caso, se suele afirmar que no se lee suficientemente. Sin embargo, hay un sentido de permanencia en esa legibilidad que se sustenta en la sólida catadura de su palabra, en sus conceptos que más que bien aprendidos, mejor enseñan. Y sin acudir a la pompa terminológica ni al fárrago que él mismo se encargó de cuestionar. En su vasta obra crítica, filológica, ensayística y poética, se permea un trabajo intelectual, en el amplio sentido de la frase, ejercido con el denuedo, la honestidad y la exigencia que transmuta el oficio en un acto de vivir, en experiencia literaria, como bien lo revela su luminoso libro de 1942.

Pero esa conciencia creadora tiene, entre otros correlatos que pasan por la amplísima erudición del regiomontano, la comprensión y la síntesis cultural de lo que América Latina representa como unidad y al mismo tiempo como diversidad, más allá de una realidad geográfica, política o social, sustentada sobre el denominador común del idioma. En primer lugar, se trata de recuperar un locus de enunciación en el que puede reconocerse el hombre americano. Así, él mismo fija ese locus en la recuperación imaginística, social y antropológica de su "Visión de Anáhuac 1519" (1917), en el cual no hay una perspectiva nostálgica sino más bien esperanzada, de puertas abiertas hacia el futuro, que él interpreta desde el presente. Allí se halla el soporte de un arco que se tensa hacia el presente, conciliándolo con una perspectiva sostenida hacia adelante, esto es, en clave utópica, proyectada hacia un mundo mejor. La historia es vista como un continuum donde no es posible el recorte interesado o la fragmentación inducida por asuntos coyunturales de interés inmediatista. Se trata de ver, antes que el desmoronamiento de aquellas estructuras el devenir de los hombres que las crearon, los rasgos desorientados del presente y las carencias que en el plano moral y político engendran otras taras sociales. Con todo su rigor instrumental no deja que se le escape su vuelo poético, su compromiso con la lengua creadora: "Préstenos la imaginación su caballo con alas y recorramos la historia del mundo en tres minutos", nos dice en su ensayo "Capricho de América" (Reyes “Capricho de América” 227). Reyes es el lector de ese pasado y su lectura es eminentemente histórica. Ese sentido de leer lo propio es lo que tiene de novedoso, de pujante y decidor. Su lectura pasa por la aceptación de los impactos, del choque cultural con España y por extensión con la Europa toda. Y de ese choque, lo que quedó impregnado de una naturaleza nueva, impresionante, muy lejanamente intuida, es lo que abole definitivamente la perspectiva narcisista, purista, con la que se ha pretendido vender una imagen latinoamericana más o menos caricaturesca, cuando no folklórica, pasada por el tamiz de la "autoctonía" y de la "identidad".
Alfonso Reyes comprende la heterogeneidad conflictiva que nos compone como pueblo, que se nombra en la lengua impuesta y reclama nuevas palabras para comprenderla. En ese sentido, Reyes recupera el llamado de atención que tempranamente lanzó Andrés Bello desde Londres, en 1823 con su "Alocución a la poesía", y en 1826 con la silva "A la agricultura de la Zona Tórrida", donde motiva a la intelectualidad a crear desde lo propio, a no imitar servilmente los modelos europeos. Con este llamado, al decir de Pedro Henríquez Ureña, se estaba formalizando el primer manifiesto de independencia cultural (98-­115). -con lo cual ha estado de acuerdo buena parte de la historiográfica literaria y cultural del continente-. La palabra de Bello asimilaba, transformaba y actualizaba una larga tradición que había aprendido de Europa, y desde la cual intentaba, utilizando un molde clásico, nombrar con palabras nuevas una realidad antigua, distinta, suficiente. Ese reconocimiento y esa conciencia predicada por Andrés Bello fue no sólo asimilada sino fortalecida y más aún profundizada por pensadores como José Martí, José Enrique Rodó, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, José Vasconcelos, José Carlos Mariátegui, Mariano Picón-Salas y más recientemente, por intelectuales como Baldomero Sanín Cano y Ángel Rama. Hay en todo el continente un mirador desde el cual superponer los planos temporales y espaciales. Pensar en grande significaba sintonizar los tiempos históricos sin complejos ni culpas. Allí Alfonso Reyes es profundamente realista en el sentido cosmopolita. Es decir, consciente de la riqueza múltiple, compleja, contradictoria de las fuentes de las que bebe. Allí radica también su universalismo. Más aún, un cosmopolitismo que se erige contra provincianismos castradores, y contra una visión auto compasiva de quien sólo se ve a sí mismo con mirada acomplejada y peor aún, derrotada. Su mirada contradice la de aquel aldeano vanidoso quien creía que el mundo era su aldea y con tal que él quedara de alcalde o le mortificara al vecino que le quitó la novia, o le crecieran en la alcancía los ahorros, ya daba por bueno el orden universal, como decía José Martí en su ensayo "Nuestra América" (519-527), al contrario, de muy sobria catadura es el cosmopolitismo de Alfonso Reyes. Es, como señala Rafael Gutiérrez Girardot, "asimilación, confrontación y suscitación”. El cosmopolitismo de Alfonso Reyes es lo que constituye el fundamento y el mandamiento de todo trabajo intelectual y científico, es decir, el reconocimiento de que el pensamiento es libre, de que no tiene fronteras y de que sin esa universalidad postulativa, “el pensamiento se sofoca y se provincianiza, se priva de su más fuerte impulso" (XXII). Si decimos que esa mirada del mundo funda una nueva utopía más allá de esa que ampliara en la mentalidad renacentista de los conquistadores la "tierra de promisión", comprenderemos que el pensamiento de Reyes está anclado en una mirada amplia de lo cultural, de lo social, de lo político por encima de los nacionalismos, apuntando hacia una futura asociación de los pueblos.

Arte y estilo
A un pensamiento claro, lúcido, corresponde una expresión directa, amable, despojada de artificios retóricos. Una página, cualquier página de Alfonso Reyes incluso las de su reflexión teórica en torno de la literatura evoca claridad, revela la riqueza de su pensamiento y, sobre todo, la condescendencia, la consideración para con su lector. Su estilo es expresión cabal de su reconocimiento del otro. Y de allí el sentido de amplitud cuando convoca a su lector a una aventura intelectual, que se convierte de manera plena en un ejercicio libre del saber. En su prosa confluyen estilos y muchos géneros de manera simultánea. Más que tratado, más que ensayo, más que relato, hay un sentido "poiético", es decir, creativo, de las potencialidades del lenguaje, que no marcan de manera rígida un perfil genérico definido sino que, al contrario, conllevan la síntesis de todo lo leído, de todo lo sabido, que se quiere compartir sin petulancias ni ampulosidades. Por ello, su prosa despierta fascinación, goce, pero también reflexión e inquietud. Cada palabra precisa, en su lugar, cada giro, cada frase correctísima, invita a la lectura consciente de la construcción gramatical, y nos prodiga con singular generosidad la belleza intrínseca de una expresión bien lograda. En ello radica el hecho reconocido y agradecido por tantos de sus lectores que la lectura de alguna página de Alfonso Reyes, y en especial las escritas sobre la historia cultural de nuestro continente, es al mismo tiempo la invitación para una relectura sostenida y gozosa. Serían muchos los ejemplos que pudiéramos señalar. Basten aquí el de las pequeñas obras maestras tituladas "México en una nuez", "El Brasil en una castaña", o el magistral resumen de historia americana que es su "Última Tule”.

América es una utopía
"La declinación de nuestra América es segura como la de un astro. Empezó siendo un ideal y sigue siendo un ideal. América es una utopía" (Reyes, "El destino de América", 225), nos dice el humanista. ¿Cuál es, entonces, ese sentido utópico que se funda en el pensamiento y se concreta en la obra de Alfonso Reyes? Pues esa misma que cimentó sus proyecciones recurrentes desde el pasado: la fe en una vida mejor, más justa y humana. A esta utopía no se puede renunciar y Reyes no lo hace. Tampoco debemos nosotros renunciar como herederos de ese desvelo. La utopía basada en un futuro promisorio radica en creer que de la abundancia colectiva nacerá mayor equidad y sentido de justicia. Por supuesto que no hay la panacea, existe el sueño, la vocación optimista. Reyes pensaba en un "lugar de promisión, donde se realice la felicidad a que todos aspiran bajo diversos nombres. Hoy por hoy, el Continente se deja abarcar en una esperanza y se ofrece a Europa como una reserva de humanidad" (225). Utopía no son los Estados Unidos en su orden rígido y sus previsiones, tampoco su tecnología, su abundancia material y sus miedos contagiosos. Ni es la guerra para subyugar a otros pueblos e imponer una verdad única. Ni es la utopía apoltronada en una burocracia mal llamada socialista en la cual han sucumbido tantos sueños y se han impuesto el silencio, la censura y el miedo como formas de vida. Ni los emergentes adalides del socialismo del siglo XXI, que justifican la pobreza mientras se hunden en la opulencia, pontifican durante horas interminables con su verdad única, miope e inmediatista, y envilecen a todo un pueblo que todavía compra promesas y recibe a cambio una limosna con la que sacia su hambre de pan por unos días, se da por satisfecho y se dispone defender a sangre y fuego al nuevo mesías. La utopía de Alfonso Reyes no tiene límites en el tiempo, ni en el espacio, va más allá de los principios de justicia social, tolerancia, libertad y progreso moral (que) subyace en toda utopía (Gutiérrez Girardot XXXIV). Tiene que ver con el sentido de transparencia. Si las utopías han caído en descrédito, y todo pareciera girar hoy en día en torno a las leyes del mercado, el dinero, el poder político y mediático, una hojeada. Una lectura atenta a un ensayo de Reyes, justifica el valor de esa utopía reactualizada. Aprender, comprender, saber, hacer, son formas de una utopía que, como la de Reyes, nos hacen creer y desear un mundo mejor. Quizás no lo podamos ver nosotros, quizás lejos esté la redención y se mantenga viva la expectativa que se creó hace ya muchos años en torno al Nuevo Mundo. Porque se sigue diciendo que América Latina es el continente de la esperanza. Algún día los países que conforman esta parte del mundo dejarán de ser noticia solamente por la violencia, la corrupción, la infancia desnutrida y abandonada, las mujeres maltratadas o asesinadas, los políticos huyendo con el botín después o en ejercicio de altos cargos. ¿Hasta cuándo la confianza traicionada? No hace falta más que mirar un poco alrededor o dejarse envolver por los medios de comunicación, o sumergirse en Internet para convercemos cada día y de manera inmediata de que este presente no puede ser el punto de llegada, la teleología de una visión pesimista. La obra de Alfonso Reyes sustenta una fe en que esa utopía algún día será realidad y que por lo tanto, no debemos renunciar a ella. La utopía de América es también, como en Pedro Henríquez Ureña, creer que no sólo hay que procurar un mundo mejor, alcanzarlo, sino lograr su permanencia, y sea el continuum que moldee el presente que subyace, implícito, en el mañana. Y como le decía Picón­ Salas en una de sus cartas: "en nuestro Continente desmesurado y caótico necesitamos esta labor de coordinación, esta alquimia de valores. Bien por el humanismo de Alfonso Reyes cuya voluntad de cultura se sitúa más allá reaccionarismo y la demagogia criolla"(Zambrano 51). La autonomía literaria latinoamericana, como llamó Ángel Rama al proceso de autorreconocimiento en forma y fondo, de una especificidad histórica que se sustenta en la lengua, es una tarea pendiente que dará justificación al proceso de ruptura y construcción de un nuevo orden político-social que irrumpió con la creación de los estados nacionales, lo cual legitimó el largo y traumático proceso de las luchas de independencia y que hoy, para muchos países, revive la ilusión de volver al vientre materno, y buscar la madre patria. Es, con varios matices, lo que se ha dado en llamar "el retorno de las carabelas", con que sueñan muchos connacionales que buscan o fabrican sus filiaciones con los padres de ultramar, para hacerse de un pasaporte comunitario que les haga posible el bienestar material, la tranquilidad económica y también política. Esto equivaldría, con todas las diferencias y contradicciones, a anhelar un sueño posible -una forma de utopía, como muchos lo intentan cada día- al otro lado del Río Bravo. Mariano Picón-Salas hablaba de una tradición dinámica que refundía el pasado en el presente, lo actualizaba y enriquecía, frente a una tradición estática que solamente se regodeaba en las glorias del pasado (Picón-Salas "Pequeño tratado de la tradición"(87-99). Glorias que eran militares, héroes que habían obedecido a su tiempo con el principio de las armas.
Hacía falta instaurar una tradición dinámica que dejara en claro el aporte de los otros héroes, los civiles, esos que tuvieron ideas y proyectos, que aportaron sus haberes y saberes como formas invaluables de un gran capital humano. En ese orden está la obra de Alfonso Reyes, que por encima de toda actualidad representa, en ejemplo y magisterio, "un ethos intelectual y político. El ethos de la transparencia, de la honradez intelectual, de la conciencia serena de patria, de la lucidez, es decir, un ethos que insiste con pasión, cortesía y elegancia en mantener viva y en enriquecer la tradición latinoamericana fundada por los libertadores" (Gutiérrez Girardot XLII). Los recientes esfuerzos por consolidar los mercados comunes en América del Sur, los alcances políticos de las medidas de integración que se llevan a cabo desde la Corporación Andina de Fomento, los impulsos de vinculación de Brasil hacia el resto del continente, son síntomas de que el camino posible de nuestros países sigue el riel de la apertura, el diálogo y el intercambio. Economía, cultura, política son nuevos rostros de una utopía integracionista que se cimentó en el siglo XIX y que apenas en la aurora del XXI comienza a verse como una posible realidad. Alfonso Reyes, contribuyó con su pensamiento y esfuerzo personal a delimitar los caminos de esa necesaria unión para posibilitar alianzas entre la cultura de los pueblos. Él estaba consciente de la necesidad de diálogo e intercambio, mantuvo su fe en el trasiego cultural, sustentado en una gran ventaja: la del idioma común. Para Reyes "La cultura americana es la única que podrá ignorar, en principio, las murallas nacionales y étnicas [...] Las naciones americanas no son, entre sí tan extranjeras como las naciones de otros continentes. Tres siglos de elaboración; un siglo de azarosos tanteos, desatados por las independencias y las nuevas organizaciones; medio siglo más de coherencia y cooperación. Tal es, en su perspectiva general, la senda de América" ("El destino de América" 388-392). Al tiempo de valorar las recientes propuestas de integración, es necesario repasar los atisbos e intuiciones del pensador regiomontano que en su momento pudo vislumbrar las carencias y postular en clave utópica lo que en el presente se comienza a mostrar como posibilidad. y ello se suma a una trayectoria profundamente ligada al destino de América Latina, a la zaga de Simón Bolívar y José de San Martín, pero también ligada a los haberes de la civilidad, que reúne en una verdadera constelación a Andrés Bello, Fermín Toro, Cecilio Acosta, Benito Juárez, Domingo Faustino Sarmiento, José Martí, José Vasconcelos, Eugenio María de Hostos, José Carlos Mariátegui, quienes, entre otros, asumieron como un proyecto de vida la tarea de servir y más aun de construir a la América Latina. A ese sueño se sumó Alfonso Reyes, quien con vocación utópica, que equivale a su vigilia optimista, la pensó como una Magna Patria.


Referencias 
Gutiérrez Girardot, Rafael. “Prólogo a Alfonso Reyes”, Última Tule y otros ensayos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1992, pp. IX-XLV.
Henríquez Ureña, Pedro. "La declaración de la independencia cultural (1800-­1830)", en Las corrientes literarias en la América Hispánica. México: Fondo de Cultura Económica, 1969, pp. 98-115.
Martí, José, "Nuestra América", en Obras escogidas. La Habana: 1980, t. 2, pp. 519-527.
Picón-Salas, Mariano, "Pequeño tratado de la tradición", en Viejos y nuevos mundos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1983, pp. 87-99.
Reyes, Alfonso, "Capricho de América", en Última Tule y otros ensayos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1992, pp. 227-229.
____________"El destino de América", en Última Tule y otros ensayos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1992, pp. 223-226.
____________ "El destino de América", en Vocación de América(Antología). México: Fondo de Cultura Económica, 1990, pp. 388-392.
Zambrano, Gregory (ed.), Odiseos sin reposo (Mariano Picón-Salas y Alfonso Reyes. Correspondencia 1927-1959). Mérida-Venezuela: Fundación Casa de las Letras "Mariano Picón-Salas", Consejo Nacional de la Cultura, Universidad de Los Andes, 2001.





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