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Saturday, September 26, 2015

País de Jauja de Edgardo Rivera Martínez: Jauja No es Macondo


—por Luis Fernández-Zavala, Ph.D. (*)—

“Pero el acto más maduro y arriesgado
de Rivera Martínez es haber construido
una Jauja utópica, que en muchos sentidos
desafía la gravedad histórica y se reclama,
sin decirlo jamás, como territorio cabal
de la fantasía”.
Guillermo Niño de Guzmán,
Márgenes Nº15, 1996.

País de Jauja (Peisa, 1997) ha tenido ya cuatro ediciones desde su primera edición en 1993, fue finalista en el concurso literario Rómulo Gallegos de 1995 y ha sido considerada por algunos críticos como la mejor novela peruana de la década de los 90. Edgardo Rivera Martínez, autor jaujino, tiene una producción literaria inmensa con 33 libros publicados entre 1963 al 2012. Se ha desempeñado como profesor de Literatura en la Universidad Mayor de San Marcos y ha sido miembro de la Academia Peruana de la Lengua.

Nuestra primera reacción a esta novela de 548 páginas ha sido encontrar una abundancia de detalles que inmiscuye al lector rápidamente en el paisaje andino, sus mitos y folklore. La novedad es que esto se hace a través de la voz de un muchacho de dieciséis años, de clase media, narrado en segunda persona y citando su diario personal. A esto habría que añadirle las constantes referencias y paralelos que el protagonista hace sobre sus lecturas de los clásicos griegos, (Homero, Eurípides) y la realidad jaujina que él vive.

Tú evocaste la imagen de Elena Oyanguren, y la plácida expresión de su rostro, tan diferente de la Elena Homérica.

Abelardo me dijo que había leído Medea, pieza de Eurípides, y que le habían impresionado mucho los pasajes finales. Y me leyó el desenlace, en que Medea se aparece en su carro mágico jalado por dragones, que no eran otra cosa que serpientes aladas y terribles. Me dijo, después: <<Dos amarus, en los aires de la Grecia mítica, ¿te imaginas?>>

Te acordaste de la Ilíada, y en especial de un epíteto de Agamenón, y se te ocurrió una variante, que sin querer susurraste: Metríades, pastor de muertos…

El paralelismo referencial entre la cultura clásica y la andina va apareciendo conforme entran en acción los habitantes pueblerinos de Jauja. Por ejemplo, un peluquero que se ufana de su manejo del latín, unas tías viejas y solteronas a las que Claudio verá como protagonistas de una típica tragedia griega de amor, incesto y muerte. Cuando los personajes jaujinos no tienen una cualidad referida a un personaje de la Iíada, bastará mencionar el nombre griego para establecer la conexión. Es obvio que el autor es poseedor de un basto conocimiento de la literatura clásica y no se cansa de exponerla a través de la voz de Claudio.

La trama se desarrolla en Jauja durante un verano de 1945, cuando Claudio sale de vacaciones del colegio y termina cuando está ya matriculado y listo para iniciar el año escolar. Durante este tiempo, el adolescente  descubre secretos de su familia, se enamora dulzonamente de su cholita, hija de un trabajador minero, se ve impactado por la belleza citadina de Elena Oyanguren (ojos verdes y tez blanca) que pasa sus días en Jauja recuperándose de tuberculosis, tiene su primera relación sexual con una viuda del pueblo y por último, logra tocar una pieza clásica y otra andina en el órgano antiguo de la iglesia de Jauja durante una misa cantada por un barítono turco (otro paciente recuperándose de tuberculosis).

Claudio no es un joven común y corriente, ni Jauja (la isla feliz) es una ciudad serrana más en la época del gamonalismo y la oligarquía terrateniente; el joven hace mataperradas inocentonas, y la ciudad no es perfecta: hay un policía abusivo y pedante, un cura fanático, unas viejas chismosas, existen desigualdades sociales pero “atenuadas”, y en general, el lector tiene la sensación que Claudio y Jauja son casi perfectos, “donde conviven gentes muy diversas y se llevan bien a pesar de todo”. Pareciera que el autor nos quisiera decir que los juajinos son especiales porque integran sincréticamente lo mejor de la cultura andina y clásica occidental. Las tradiciones, mezcla de panteísmo andino y catolicismo, sus habitantes simples en su quehacer cotidiano, pero siempre con algo de intelectual y mesiánico, la aceptación al mismo nivel de la música culta occidental (Mozart, Bach) y los huaynos, los mitos griegos y los mitos andinos, estarían creando una “patria diferente”, el país de Jauja.

Si el lector busca un protagonismo de la provincia serrana, aquí podría encontrar una ficción apropiada, manejada como un postal turística donde lo feo es bonito y el desarrollo del adolescente se presenta sin tensiones malévolas. Es decir, Jauja no es Macondo y ser adolescente en este paraíso perdido es hablar como adulto respetuoso perteneciendo a una familia feliz.



(*) autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas, Pukiyari 2014. Disponible en Amazon.com, Barnes & Noble, Peruebooks y Allá en Santa Fe, New Mexico.