M u l t i n a t i o n a l - B l o g - o f - A r t - a n d - L i t e r a t u r e - f r o m - D e n v e r

Monday, February 13, 2017

RETRATO DE DANTE CON VIRGILIO


—por Alberto Hernández—

Dante y Virgilio (1850)
por William-Adolphe Bouguereau
CANTO PRIMERO
Acabo de entrar en el infierno. En una esquina del averno sombras que se agitan en medio del fuego. Alaridos, gritos, susurros, diálogos cortados por largos suspiros. Cubro con celo mi cámara fotográfica para evitar que el calor derrita sus componentes. Camino en puntillas para evitar que las brasas consuman mis zapatos. Las piedras queman, hacen arder toda cosa que se les acerque. Algún artilugio evita mi cremación. Entonces pienso en la hora de mi muerte. En el momento en que abrí los ojos luego de una larga agonía y desperté con la cara huesuda y sonriente de un tipo que me tomó de la mano. Venía yo de muchos propósitos. Había nacido en un país lejano donde imperaba una tiranía. Consignas, banderas, colas para adquirir alimentos, para cargar las baterías de los teléfonos, para entrar al cine, para comprar el pan redondo llamado arepa. Hombres y mujeres, en solo y en número par, cabalgando en las calles sobre animales mecánicos. Yo venía, como el poeta romántico, de una tierra apesadumbrada.

Ese día, a la hora del último suspiro, entré en una cueva oscura, en un mogotal sombrío. Aproveché la ocasión de tomar algunas gráficas que salían un poco movidas por el temblor que me causaba el miedo, aunque el calor era insoportable. Me anduve a tientas por algunos rincones donde féminas y machos copulaban y a la vez gritaban de ardor. Se quemaban. El olor a carne asada revolvía mis vísceras y me provocaba vómitos continuos. Solo, como el ánima de algún bandolero venezolano convertido en mito, aspiraba a salir de este embrollo en el que me habían metido mis pecados, mis tantos pecados, mis tantísimos yerros contra todos y contra mí mismo. Pecador al fin, en vida no los veía. Ahora, con las carnes desgarradas, colgantes y casi en los huesos, veo con claridad los crímenes que cometí en tantos barrios, urbanizaciones, desde el poder que me dieron mis conciudadanos. Desde el palacio donde muchas veces evacué mi interior contra la inocencia de mis compatriotas y vecinos.

Estaba en el Infierno. A todo le hacía fotos. Entonces, allá, al fondo, donde mis asados ojos casi no veían, detecté dos sombras. Venían arrebujadas en largas túnicas. Dos fantasmas que flotaban sobre el fuego. Mis ojos no daban crédito a lo que captaban. ¿Acaso todavía sufro de aquella perturbación quirúrgica causada por un oftalmólogo de mis tiempos, en el momento de extraer mis cataratas? ¿Será eso?

Me aproximé con cierto temor y allí con la cámara a la altura de los ojos, hice la foto. Las dos sombras se me acercaron y una increpó con fuerza mi osadía.

-¿Quién te crees que eres, macilento?, dijo una primera voz.

-¿Es que no respetas a quienes somos personajes de este libro al que entras con tu muerte y quieres robarnos el alma con ese instrumento infernal?, dijo una segunda voz.

Me retiré un poco, atemorizado. Me disculpé y presenté:

-Soy un humilde cadáver que anda por estos lares sin rumbo ni concierto.

-Entonces andas igual que nosotros. Con la diferencia de que este libro ya ha sido escrito y tú eres un metiche, un extraño que no aparece en las páginas de este poema italiano. Es más, ni siquiera italiano eres. ¿De dónde provienes, moreno extranjero?

-Uff, creo haberlo olvidado. Pero en mi país hace mucho calor, tanto como aquí. Y la extraña herramienta que cargo es una cámara fotográfica que reproduce cuerpos, cosas, animales, infiernos, paraísos, purgatorios y demás revelaciones.

-Entonces eres mucho más extraño, porque alguien que ande con un aparato como ese no puede ser hijo del Dios que Virgilio no conoció en su tiempo.

-Pues, yo sí lo conozco, porque vengo del futuro. Pero no tengo la culpa de estar aquí. A mí me trajeron.

CANTO SEGUNDO
Entonces, con la mirada puesta en la mía, uno de ellos, que se presentó como Durante Alighieri, y quien afirmó haber nacido en Florencia, dijo con su boca, porque no había manera de que lo dijera con la mía porque no hablo italiano antiguo:

-“A la mitad del viaje de nuestra vida, me encontré en una selva oscura, por haberme apartado del camino recto…”.

Entonces, con la humildad del temor a lo desconocido, dije:

-Igual me pasó, maestro. Por algo estoy aquí. También me dirá usted más tarde que se ha encontrado con imágenes horribles, cuerpos desnudos, una solitaria playa, una pantera ágil, la sombra de un hombre verdadero. Dios, no sé, pero creo haber memorizado parte del canto uno del libro donde ustedes dos se pasean por estos parajes.

-Sí, tú lo has dicho extranjero.

Sin esperar que salieran nuevas palabras de mi boca, habló el otro:

-“No soy ya hombre, pero lo he sido; mis padres fueron lombardos y ambos tuvieron a Mantua por patria. Nací sub julio, aunque algo tarde, y vi Roma bajo el mando del buen Augusto en tiempo de los dioses falsos y engañosos. Poeta fui, y canté a aquel justo hijo de Anquises, que volvió de Troya después del incendio de la soberbia Ilión. Pero, ¿por qué te entregas de nuevo a tu aflicción? ¿Por qué no asciendes al delicioso monte, que es causa y principio de todo goce?”.

Traté de decir algo, pero el trueno de la voz del primero que habló al comienzo, me detuvo con un gesto muy latino:

-¡Oh! ¿Eres tú aquel Virgilio, aquella fuente que derrama tan ancho raudal de elocuencia? (…) ¡Ah! ¡Honor y antorcha de los demás poetas!

-¿Virgilio, el autor de la Eneida, de las Bucólicas, de las Geórgicas?, pregunté asombrado.

-El mismo que viste y calza sandalias de cuero, respondió el que siempre hablaba primero y ostentaba una gran nariz.

-Creo interpretar, entonces, estimado señor Alighieri, que el poeta Virgilio lo acompaña por petición suya, porque él ya había muerto mucho tiempo atrás.

-En efecto, extranjero y metiche. Por supuesto. ¿Acaso no ha leído usted la Comedia?

-¿La Comedia Humana?, pregunté una vez más.

-No, allocco, bobbaccio, mentecatto, y disculpa los adjetivos, que en el fondo y en la superficie significan lo mismo en italiano moderno, que ya lo sé porque los muertos conocemos el futuro. No, vuelvo a decirte, tonto, la Comedia, aquella de la Italia florentina, la de la vieja Roma extendida y eterna.

-¿Será la misma a la que Bocaccio agregó el adjetivo Divina?, pregunté temeroso.

-Sí, la misma, me respondió Alighieri con la cara amargada, según el carácter perfilado que los psicólogos de muchas épocas le han trazado.

-Ah, está bien. De modo que estoy metido en una gran obra, extraviado como ustedes en el Inferno. Y ando con el autor de la pieza. Eso es un honor. Y hasta caché me arrima, como decimos en mi lejana y empobrecida patria, aporreada por mentecatos y mercenarios.

-No sé, no conozco tu tierra, rasguñó el poeta con su áspera voz.

-Obra extraña ésta, señor Dante. Hasta miedo dar meterse en ella, dije con voz temblorosa.

-Sí, fue escrita para revelar las tres instancias de quien tiene que atravesar la muerte, el río sucio del misterio. El río pesado del averno.

CANTO TERCERO
“Será la salvación de esta humilde Italia, por quien murieron de sus heridas la virgen Camila, Euríalo y Turno y Niso. Perseguirá a la loba de ciudad en ciudad hasta que la haya arrojado en el Infierno, de donde en otro tiempo la hizo salir la envidia”, recitó Virgilio.

Hubo un gran silencio. Entonces el eneido dijo:

-Debes seguirme.

Dante, con el gorro ladeado y la nariz más aguda, también recitó:

-“Poeta, te requiero por ese Dios a quien no has conocido, que me hagas huir de este mal y de otro peor, condúceme adonde has dicho, para que yo vea la puerta de San Pedro y a los que, según dices, están tan desolados”.

El libro, el poeta narrador:

“Entonces se puso en marcha y yo seguí tras él”.
Dante, un poco antes de seguir a Virgilio, me miró con ojos de pocos amigos. Sin embargo, sonrió.

Y ambos se fueron camino del profundo Inferno, para luego seguir al Purgatorio.

Me quedé con los nombres que Alighieri me dijera había visto un tanto en ese antro horrible que ya Platón había descrito siglos atrás.

Y así, me suenan aún en mis chamuscados oídos los apelativos Homero, Ovidio, Lucano, Electra, Héctor, Eneas, César, Camila, Pentesilea, el Rey Latino, Lavinia, Bruto, Lucrecia, Julia, Marcia, Comedia, Saladino, Sócrates, Diógenes, el ya mencionado Platón, Anaxágoras, Tales, Empédocles, Heráclito, Zenón, Dioscórides, Orfeo, Tulio, Lino, Séneca, Euclides, Tolomeo, Hipócrates, Avicena, Galeno, Averroes, Helena, París, Tristán y los más que abundan y aquí no se nombran por pereza y porque el tiempo de nuestro tiempo es menos largo que el tiempo de la Divina Comedia.

Y mientras todo aquello acontecía hacía fotos y más fotos, de las cuales se valió mi tocayo Alberto Durero para hacer sus bellos grabados. Digo todo esto sin soberbia, sin pedantería alguna, pero la historia tiene que conocer el protagonismo de mi camarita, que no llega ni siquiera a Samsung.

CANTO CUARTO
Llego agotado al final.

Lejos, en medio del humo, Dante y Virgilio han quedado congelados en los papeles que ahora proceso en mi laboratorio.

Salgo de la oscuridad del salón de trabajo y me encuentro con ustedes, queridos espectadores, quienes esperaban seguramente un sesudo trabajo sobre la Divina Comedia del florentino Dante Alighieri, Beatriz y otros personajes que ambulan por sus páginas, perdidos, extraviados, ansiosos de salir de ellas y vivir la muerte que los sostiene en la eternidad.

Lucifer (1757-58) por Antonio Zatta
Y en el entretanto de esta presentación, mientras despierto de las garras de la inoficiosa muerte, ésta de ficción que ustedes oyen, leo esta parte para cerrar con inseguro paso:
“questa mirabile donna apparve a me vestita di colore bianchissimo, in mezzo…”. Bueno, mejor se los leo en mi idioma materno antes de concebir restitutamente un acento que sería cuestionado con ácida mirada por mis amigos profesores de la lengua del Dante, este Alighieri que hoy celebramos con regusto.

Entonces leo:

“esta maravillosa mujer me apareció vestida de color blanquísimo, en medio de dos gentiles damas de mayor edad; y pasando por una calle volvió los ojos hacia la parte donde yo muy medroso me encontraba; y por su inefable cortesía, que hoy le es recompensada en el cielo, me saludó tan recatadamente que entonces me pareció ver todos los límites de la felicidad”.

Y así cierra esta puerta, estimados oyentes, con la certeza de que esa felicidad sea la que encontremos en el Paradiso, que podría ser un Cinema Paradiso pleno de buena lectura y elevación de copas por la eternidad de Dante Alighieri, su Divina Comedia y los estudios que ustedes realizan sobre toda su obra. Y que lo hagan en todos los idiomas, como yo lo hago en mi legendaria y castellana lengua quijotesca.
Un día de estos verán las fotos de Dante y Virgilio, acompañados de la inalcanzable Beatriz.





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