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Sunday, May 12, 2019

Crónicas del Olvido: DE ALGUNOS DETECTIVES PRIVADOS


—por Alberto Hernández—

1.-
Pasa muchas veces que nos dejamos llevar por los personajes de novelas apellidadas negras. Aunque con las otras, blancas o amarillas, pasa lo mismo, pero con las primeras somos realmente sujetos de cuidado en permanente riesgo. En ocasiones nos ponemos una gabardina, unos lentes oscuros y nos convertimos en personajes y andamos como avispas en la calle y hasta en la misma casa. Metemos la nariz en todas partes y bajamos un párpado para indagar cómo meter la llave en una cerradura o ver por el ojo mágico si la tierra ha girado a favor nuestro.

Bueno, los detectives privados. Sí, esos sujetos que suelen sabérselas todas, que antes del crimen ya saben quién es el homicida o buscan en todos los rincones de la psicología, gracias a la excelencia o no de sus creadores. Ellos, los detectives, han superado a los novelistas porque los nombres de los escritores se nos borran para dar paso a la acción y destrezas de quienes ambulan por la imaginación y luego son páginas que atrapan o no a los lectores.

Larga es la lista de títulos dedicados a este género que tuvo a Edgar Allan Poe como a uno de sus incitadores o iniciadores, sino el primero al menos el más visible, porque desde que el mundo es mundo, han existido los investigadores, a los que antes llamaban fisgones, espías, metiches, mirones, lazarillos, chismosos, acosadores, también soplones, etc. Claro, cuando nació el género cambiaron de pose y ahora son detectives, investigadores con chapa, corbatica y todo lo demás —con la excepción de Columbo, que andaba desaliñado—, y se codean —y hasta se pelean— con los policías de uniforme y con los mismos agentes oficiales que son los detectives pagados por el gobierno. Aunque en estos tiempos caóticos podrían ser calificados con otros nombres, tanto aquí como en otros lares. A esta hora, Julian Assange, quien se pasó y ahora vive su propia novela negra.

Pero que no se desvíe el río.

2.-
No me afano por fechas de aparición, saltitos cronológicos o necrológicos. No. Los nombro como la memoria me dicta, si es que la memoria dicta algo.
Le sigo los pasos a Johnny Dalmas, quien Raymond Chandler creó para sus cuentos, mientras Philip Marlowe recorre la ruta de sus novelas. Siempre al filo de cualquier cuchillo, Marlowe es digno representante del investigador que mantiene su nariz bien limpia.
Chester Himes nos acerca a Ataúd Johnson y Sepulturero Jones, un par que se las trae, mientras Lew Archer le da brillo al talento de Ross MacDonald.

Acodados en una esquina, como quien no quiere la cosa, Thomas Chastain, Henry Fowles y Bill Adler hacen el trío que B.J. Grieg inventó para todos los lectores fanáticos de este tipo de aventuras literarias. El género de la tensión nerviosa, para unos. Para otros, el género, que dicen menor, pero cómo les gusta.

No podía dejar de mencionar al gran Simenon, quien se ata los zapatos mientras inventa las peripecias y desventuras de Maigret. El escritor más prolífico, como la señora Agatha Christie y su imponderable Poirot.

Por su parte, Ellery Queen se deja llevar por Barney, y Sam Spade, desde su recorrido por las amarillas páginas que frecuenta Dashiell Hammett lo somete a seguir siendo parte relevante de su maltés halcón. Lo secunda Nick Charles, quien mira desde lejos los pasos de los que tantos que faltan en esta lista de detectives privados.

Investigadores que algunas veces terminan investigados.