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Sunday, May 1, 2011

La espera (El Aleph) 1952 - Jorge Luis Borges


—por John Montañez Cortez—

La espera es el relato número quince de las diecisiete piezas fantásticas —excepto Emma Zunz e Historia del guerrero y de la cautiva, según el propio autor— que componen el maravilloso libro, del gran Jorge Luis Borges, El Aleph.

La espera —junto a otros tres relatos— fue incorporado a la reedición de 1952. La edición original de 1949 constaba de trece cuentos.

En el epílogo, el propio Borges escribe acerca de este cuento:

«De “La espera” diré que la sugirió una crónica policial que Alfredo Doblas me leyó, hará diez años, mientras clasificábamos libros según el manual del Instituto Bibliográfico de Bruselas, código del que todo he olvidado, salvo que a Dios le corresponde la cifra 231. El sujeto de la crónica era turco; lo hice italiano para intuirlo con más facilidad.»

Este alucinante cuento es prueba suficiente de lo intrincado y profundo —ambigüedades kafkaianas, quizá— del pensamiento dentro del laberinto borgesiano. En sólo seis y media páginas, el señor Alejandro Villari —personaje central— espera su fatal destino. Pero no es concluyente si el sujeto está soñando, ha sido una pesadilla, o está pasando y es asesinado realmente.

El sujeto vive cosas como: amistarse con un viejo perro lobo; ir al cinematógrafo y verse reflejado en la trama; asistir a un consultorio dental en el barrio bonaerense del Once por un dolor de muela repentino.

Borges nos tiene acostumbrados a este juego mágico de interpolaciones con la realidad, el infinito, el razonamiento cabalístico, los enigmas y los laberintos. ¿De qué huye el señor Villari? ¿de la policía? ¿de la mafia?¿cometió algún delito? ¿es culpable o inocente? ¿se merece este final?, si es que en verdad hubo una predestinación fatal. Quizá todo fue un mal sueño. Interrogantes que Borges deja en la conciencia del lector, y claro, intercalando metáforas y aforismos que son su marca personal.

Algunos que extraje del cuento y que me gustaron sobre manera:

«No lo sedujo, ciertamente, el error literario de imaginar que asumir el nombre del enemigo podía ser una astucia.»

«A diferencia de quienes han leído novelas, no se veía nunca a sí mismo como un personaje del arte.»

«Oscuramente creyó intuir que el pasado es la sustancia de que el tiempo está hecho; por ello es que éste se vuelve pasado en seguida.»

Lo que sí queda claro es que Alejandro Villari tuvo la clarividencia —o quizá fue Borges— de leer una Divina comedia que encontró en un estante con libros a ras del suelo, en la pieza que rentó. «Menos urgido por la curiosidad que por un sentimiento de deber», como escribió Borges en su cuento; dándole a Dante la excusa perfecta para condenar a Villari al último círculo, «donde los dientes de Ugolino roen sin fin la nuca de Ruggieri.»




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