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Thursday, February 4, 2016

EL PODER CAMBIA DE MANOS (Czeslaw Milosz) Polonia

—por Alberto Hernández—

1.—
La resistencia polaca disparaba sus últimos tiros. Varsovia estaba en ruinas. Mientras los alemanes remataban a los pocos rebeldes, el Ejército Rojo esperaba como una bestia hambrienta para entrar en el país. Este resumen —sumergido en el polvo de los muertos, en la fetidez de los cadáveres, en las miradas de los sobrevivientes— aborda el contenido de la novela “El poder cambia de manos”, (Ediciones Destino Colección destinolibro 124, Barcelona, España, 1980), de Czeslaw Milosz, con la que ganara el “Prix Littéraire Européen” en 1953. Libro que fue reconocido por un jurado compuesto por Gabriel Marcel, Gottfried Benn, Salvador de Madariaga, Hagmund Hansen, Hans Oprecht, Denis de Rougoment e Ignazio Silone.

Es una novela coral, polifónica. Cada capítulo destaca el episodio de distintos personajes que se desplazan en medio de una guerra contra los nazis y luego contra los soviéticos, quienes al final se adueñan de Polonia y la convierten en parte del dínamo de Moscú. Personajes a veces desconectados unos de otros. Personajes simbólicos, invisibles. Siluetas que hablan.

El autor relata desde la perspectiva de quien es arañado por las ráfagas de las armas, pero también por las garras de la miseria, el paisaje en el que predominan los escombros de la que fuera una hermosa ciudad. Los personajes se pasean como fantasmas, pero no dejan de luchar.

Si los alemanes diezmaron la capital de Polonia y otras ciudades, los soviéticos las sometieron a través de sus patrones ideológicos. De manera que los polacos vivieron entre dos tragedias, entre dos pesadillas, entre dos agonías.

2.—
El mundo judío. El espectro del odio contra esa cultura. Los personajes que representan la diáspora bíblica sazonan la crueldad de los alemanes, quienes mataron, torturaron, persiguieron, ahogaron, robaron y trataron de acabar con una comunidad que emergió de las cenizas para continuar su vida en otros lugares.

Los judíos eran trasladados desde las ciudades a los diferentes crematorios instalados tanto en Polonia como en Alemania. El paso de la narración nos hace saber de sus sufrimientos. Distintas voces recorren las páginas entre diferentes perfiles criminales: los enviados del Führer y los comunistas. Dos monstruos que destruyeron familias, apellidos, afectos, calles, callejones, ciudades, propiedades. Idos los alemanes se instalaron los soviéticos con la misma carga de odio contra los hijos de Israel. Y así, los polacos asolados por quienes arrasaron y desaparecieron patrimonios y vidas.

Dos partes dividen esta historia revelada por el autor nacido en Vilna en 1911, quien formó parte de una distinguida familia lituana. El escritor se marchó de Polonia en 1951 y se exilió en Francia, luego de una pasantía como funcionario de la embajada de su país en Estados Unidos, entre 1946 y 1950. Trabajó como agregado cultural. Posteriormente fue primer secretario de la Embajada de Polonia en París. En 1980 obtuvo el Premio Nobel de Literatura.

La primera de esas partes, titulada “Verano de 1944”, es un paneo por el mundo polaco aún bajo la bota alemana. La segunda, “Hasta el Elba”, narra el establecimiento definitivo de los soviéticos en tierra polaca. Pero es Varsovia el escenario que nos pinta el autor. Una ciudad brumosa por la ceniza y el polvo. Una ciudad dominada por el miedo. Por los peligros, por los disparos, por las emboscadas, por la muerte.

Esta segunda parte concentra el título de la novela, “El poder cambia de manos”. Los alemanes, los nazis, se marchan, derrotados. Los sóviets se apropian de las ruinas y de los seres humanos que dejaron los primeros. Imponen su terror como lo impusieron los germanos. Interrogatorios, ejecuciones, ideologización, consignas, koljoses, asaltos, robos, uniformes militares: Moscú y su garra criminal.

Czeslaw Milosz
3.—
Uno de los personajes, el profesor Gil, reflexiona acerca de la férrea presencia de los rusos:

“¿Acaso Marx (ese barbudo iconoclasta destructor de verdades absolutas y admirador de Esquilo) habría podido suponer que unas generaciones, en su nombre y llamándose marxistas, iban a marchar en cohortes disciplinadas, convencidas por los que se habían apoderado de la fuerza de que el género humano ha logrado ya la eterna sabiduría? Creían poseer una sabiduría absoluta, solamente por el hecho de apoyarse en la fuerza y porque, en un círculo vicioso, este saber considera a la fuerza como la confirmación suprema de toda sabiduría; o sea, el círculo vicioso del genial Hegel”.

La tensión de estas voces revela la tragedia del pueblo polaco, pisoteado por alemanes y rusos. Cada uno hizo su trabajo forense. Cada uno creó su morgue para ensamblar los cadáveres y construir dos regímenes que en muchas ocasiones lograron acuerdos: eran parecidos en sus procedimientos y contenidos ideológicos. Es decir, los dos poderes se vanagloriaron de haber elaborado una “decoración de escombros”, pero no sólo materiales sino también espirituales.

Otra de esas voces, la de Piotr Kwinto, usa una expresión descriptiva que conmueve al lector: “Aunque vivan, parecen esqueletos humanos. Es la calma de la devastación”, para referirse al paisaje humano y a las ruinas donde sobreviven los fantasmas de Varsovia.
En dos oportunidades el narrador menciona a Venezuela. El mayor Baruga, un comunista, había pensado una vez dejarlo todo y marcharse en búsqueda de otra realidad:

“¡Y decir que antes de la guerra, en un momento de duda, le había parecido que el fascismo podía vencer, y que había estado a punto de emigrar a Venezuela”.
“Está claro que este muchacho padece, como todo el mundo, de occidentalismo. Y lo más curioso: carece de importancia que tenga o no intención de fugarse. Él mismo ignora lo difícil que es decidirse por una Venezuela cualquiera”.

4.—
Como vivimos tiempos en los que el discurso político es un reflejo del que formó parte de la gran tragedia de más de media Europa, no quiero obviar algunos pasajes en los que esa Venezuela, la que menciona el narrador y el mismo Baruga, es hoy un episodio de esas voces que pasaron por tantos sobresaltos y dolores.

La madre de Kwinto: “—Piotr, hijo mío, dime en qué va a terminar todo esto. El pueblo los odia a muerte. Hemos rezado mucho por la Liberación y por fin la conseguimos. Pero resulta que la Liberación no es más que una nueva ocupación. Van a convertirnos en otra de sus repúblicas”.

“—Créeme, hijo mío —le decía a Piotr su madre—, lo presiento: todo esto no puede acabar bien. Ahora ponen por todas partes banderas nacionales. Pero es un engaño para que nos callemos mientras se apoderan de todo lo nuestro. El abismo será cada día mayor (…) Huye, porque después será demasiado tarde”.

El casi susurro del escritor judío Bruno se deja oír pasmosamente. El narrador deja que deslice su pensamiento hasta convertirlo en parte de un diálogo con Kwinto:

“—Mi pueblo ya no existe: me refiero al pueblo de los judíos polacos. Tres millones. Todo lo que era promesa incumplida, la cadena de las generaciones que habían de nacer, los grandes sabios, artistas, escritores, todos los que hubieran podido ser y jamás serán. Todos los mejores. ¿Y quiénes se han salvo? Algunos de los que tenían dinero; otros que, como yo, se habían asimilado y éramos ya casi arios. Como te decía lo que se ha salvado ha sido a costa de nuestra solidaridad (…)
—Sí, como Flavio Josefo después de la destrucción de Jerusalén. Muy bien, pero, ¿quién se atrevería a abordar esta tragedia partiendo de aquí? Comprenderás que estoy demasiado cerca; aquí me sería imposible pensar. No me dejarán salir. Además, no quiero exilarme. La lengua polaca es mi patria. Nunca podría escribir en otro idioma”.

5.—
La presencia absorbente del comunismo desnudaba y maltrataba toda sensibilidad. Los soviéticos llegaron para apropiarse de todo. Se adueñaron del alma y del cuerpo de Polonia. Por eso “Se ordenaba a los campesinos que repartieran entre ellos, a toda prisa, las tierras de los grandes dominios. Fue un reparto realizado sin orden ni ley (…) Las viejas se persignaban horrorizadas ante aquellos diablos peores que la Gestapo (…) Los que se sometieron como corderos a los rusos fueron recibidos con todos los honores, pero inmediatamente los encerraron en campos de concentración para enviarlos poco después hacia el Este. Así trataron los rusos a sus aliados en la lucha contra Hitler”.

La teoría de la neolengua. La acumulación de vocablos, el amontonamiento y la definición de nuevas inclinaciones lingüísticas encuentran imagen en ésta que el narrador expone ante el lector: “Por debajo de cada discurso se ocultaba otro discurso”.

El saqueo por parte de los militares, por las fuerzas de la NKVD, que “se lleva los pollos y se harta de vino. Son unos bandidos, unos antisemitas y malhechores”, en la voz del tío Isaak.

Los enchufados de la época, palabra que también aparece en la novela, forman parte de una ironía que sale de la boca de Friedman: “Entonces le pregunté qué tal le iba con la nueva vida socialista. Me respondió: “No está mal. El dos por ciento vive bien (…) Sólo permanecerán aquí los enchufados, los que se pongan al servicio de la NKVD y se coloquen en buenos puestos del Partido”.

6.—
La diversidad de asuntos tratados en esta pieza narrativa, nos conduce a ser cuerpo de ella misma. El país que hoy habitamos, el gobernado por una élite que sofistica la crueldad a través de la tortura psicológica o corporal, se dibuja en este espejo:

“El interrogatorio se hacía, pues, mediante un intérprete. Miguel había decidido jugárselo todo. Se fiaba de su sentido de la situación y éste le inspiraba la idea de que su única posibilidad de salvación estaba en sorprender. ¿Qué si era un fascista? Sí, un fascista. ¿Qué si publicaba un semanario? Sí, lo publicaba. Prefería exagerar su papel, pintando a brochazos un cuadro lo más demoníaco posible”.

El “sapeo”, el espionaje, la creación de batallones de chismosos y esbirros se traducen en esta clara perversión que a diario observamos en Venezuela, no sólo en las amenazas de los colectivos sino en las de diputados y funcionaros, sin dejar de mencionar las del Presidente de la República:

“Sabemos todo lo referente a usted”.

Consolidada la invasión, fabricada toda la parafernalia verbal, una voz: “El poder está ya en manos de estos hombres”. Y es tanto ese poder que la “inteligencia” del país, los artistas, fascinados, también se aliaron con los invasores comunistas: “Los cazadores de quimeras, que antes eran inofensivos, los poetas malditos, tenían ahora la mano en un guante de hierro. La Polonia del porvenir se extendía ante ellos el sol. Por encima de los verdugos, en las claras estancias de los aéreos castillos, un grupito de intelectuales emprendía la tarea de realizar el sueño de Fausto”.

Y así como vendieron su alma al diablo, abrieron sus brazos a la lisonja para colocarse, enchufarse y ser parte de la tragedia: “—Estas con nosotros, y el que está con nosotros tendrá cuanto quiera: dinero…que, como sabes, no puede interesarnos a gente como nosotros…, libros, viajes…Ya lo estás viendo, puedes viajar; nadie te lo impide…”

Como el tiempo es redondo, la novela de Milosz termina con el profesor Gil, quien no deja de reflexionar, de pensar y decir acerca de todo lo que sus ojos han visto, acerca de sus miedos, pero también acerca de la seguridad de que ha sido testigo de un proceso que se decía interminable.

El periódico del gobierno recoge un titular, nada alejado de lo que acontece en este lado del mundo. Uno de los importantes funcionarios del régimen logró escabullirse de Polonia mientras otros eran juzgados:

“La primera página estaba ocupada por un gran proceso de “traidores a la Patria e innobles lacayos del imperialismo”. Gil admiraba siempre la minucia con que eran preparados estos procesos. Creía que las fechas, los incidentes, los encuentros de unas personas con otras, eran por lo general exactos. El arte soviético consistía en elaborar de tal forma estos datos, que, una vez relacionados, los hechos más inocentes y casuales acabaran formando la imagen de un crimen”.

Coda:
Una novela escrita en la década de los 50 del siglo pasado nos hace viajar por la Venezuela en la que algunos creen todavía que el socialismo es la panacea para acabar con la injusticia, cuando en verdad la injusticia reposa en el fondo cenizoso de esa fe fracasada.





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