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Sunday, December 16, 2012

Materias dispuestas (Juan Villoro ante la crítica)



—por Alberto Hernández—

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En el prólogo de Efectos personales (Edición de Biblioteca Era, México D.F. 2003) Juan Villoro afirma que “el lenguaje tiene una curiosa forma de esforzarse para lucir ‘irrefutable’, o por lo menos ‘oficial’. Cuando un paciente llega a una sala de emergencias o un detenido es presentado en la delegación de policía, las palabras habituales son sustituidas por otras que los diccionarios y la costumbre consideran más aptas para la ocasión”. Precisa el escritor azteca que en ese instante, tanto la enfermera como el funcionario no le piden otra cosa al sujeto que sus “efectos personales”. Es decir, hacen irrefutablemente oficial un lenguaje que es predominio del instante, del momento amargo del sujeto que es interpelado por quienes no lo ven como sujeto capaz de no tener efectos personales, digamos palabras para defenderse o hacerse el desentendido. ¿Cuáles definitivamente son los efectos personales de alguien que es acosado por el miedo o por el escándalo de la realidad? Efectos personales o propiedades menudas, identidad, señas particulares, domicilio, amores, odios, hijos, amantes, etc. En todo caso, la palabra tiene que ser irrefutable. En esta instancia, casi “oficial”, para evitar más problemas.

Juan Villoro.foto:revistakya.com
Cabría preguntarse cuáles son los efectos personales de un escritor. De qué objetos se vale para rellenar bolsillos, carteras, bolsos o mochilas. Con qué imágenes construye su imaginario. Fácil queda decir que son las palabras la herramienta precisa para elaborar su mundo. Tales efectos personales también son las historias, recursos expresivos, las metáforas, los giros lingüísticos, las elipsis, metonimias e hipérboles que le dan vueltas en la cabeza a quien se aproxima al fuego de la creación literaria.

Este es el caso de Juan Villoro, un tipo que vive cerca de la candela verbal, que atiza con la mano desenguantada y juega con los tizones sin quemarse. Y para dejarlo sentado, una vez más Candaya ha acertado en su empeño editorial al seleccionarlo para registrar su paso por las letras: Materias dispuestas (Juan Villoro ante la crítica) es un libro ambicioso, como los anteriores dedicados a Juan Marsé, Vila-Matas, Piglia y Bolaño. Los académicos mexicanos José Ramón Ruisánchez y Oswaldo Zabala fueron los encargados de darle cuerpo a este tomo de estudio que hoy nos ocupa.

foto:ieturolenses.org
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En este grueso tomo de Candaya están los efectos personales del escritor, del fabulador, del ensayista, del soñador, del cronista, del mexicano y universal Juan Villoro, de ellos dan cuenta el chileno Antonio Skármeta, el venezolano José Balza, el español Martínez de Pisón. Igual los críticos Juan Antonio Masolíver Ródenas, Christopher Domínguez, Mahály Dés e Ignacio Echevarría. No pueden quedar por fuera Bolaño, Pitol y Rossi. Y, como regalo, las voces de Villoro y Piglia. Además de un documental realizado por Juan Carlos Colín titulado Villoro en Villoro.

Esas materias dispuestas son los mismos efectos personales o particulares que Villoro lleva a todas partes. No puede separarse de las palabras, de los sonidos que lo mantienen vivo frente a la realidad, frente a la ficción, al vacío, al ruido o al silencio. Alguien que escribe, que inventa, que sueña despierto, que hace nuevas realidades, tiene que ser portador de muchos efectos personales: sobresaltos, taquicardias, biografías, lápices, bolígrafos, tinteros, computadoras, mujeres, latidos cardíacos, borradores, adjetivos, sustantivos, verbos y hasta interrogatorios policiales, así como declaraciones al médico mientras la enfermera revisa los resultados de los exámenes del antígeno prostático. ¿Qué más efectos personales que esos? ¿Qué más materias dispuestas que esas? Nada, Juan Villoro está frente al “pelotón de fusilamiento” y recibe los elogios de un nutrido grupo de creadores, gente de las letras de ambos mundos castellanos.

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Bolaño dejó dicho que Villoro es un hombre que escribe “para permanecer en el borde del abismo”, y así lo hacen ver quienes aquí lo tratan. En efecto, cuando entramos en El testigo(Anagrama, Narrativas hispánicas, Barcelona 2004), la escritura lleva al lector a colocarse en peligro como “testigo” de un retorno, de un reencuentro con el color local, con los abismos del pasado, con los precipicios del tiempo. Para testificar todo esto, el libro de Candaya divide este tributo crítico en cuatro partes: 1) testimonios de escritores; 2) ante la crítica cultural; 3) ante la crítica académica, y 4) el perfil humano del mexicano.

Hablan estas páginas de las influencias provenientes de Sergio Pitol, Octavio Paz, José Emilio Pacheco o Carlos Monsiváis, así como de Monterroso o José Agustín. Y hasta de la misma dinámica de un partido de fútbol. Fanático de este deporte, Villoro escribió “Dios es redondo”, como el tiempo, como un poema, como el Universo. Como el planeta que lo habita y lo celebra desde las enjundiosas páginas de este grueso libro editado por la gente de la orilla del Mediterráneo.




1 comment:

  1. Excelente reseña Alberto, tan lúcido como siempre. "El testigo" de Villoro, mi próxima lectura... (John Montañez Cortez)

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