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Sunday, December 13, 2015

reseña: MANERAS DE IRSE de Ricardo Ramírez Requena


-por Alberto Hernández-

“Maneras de irse” es un libro de experiencias
inmediatas y de experiencias literarias.
Cuesta un poco diferenciarlas tajantemente.
Una habita en la otra y ambas son
expresiones de vida en particular:
la de un poeta que no teme mostrar sus
antecedentes y gustos; es más,
allí radica la poética de este libro.
-Néstor Mendoza-


1.-
Si la muerte es una manera de irse, viajar siempre ha sido una manera de regresar. Pero irse también significa quedarse, instalar en un lugar las voces que se alejaron o las que aún no se oyen. O las que se imaginan. Irse, entonces, es una manera de estar, de ser. Y hasta de amistarse con la muerte para conjurarla.

El poema que le da nombre al libro de Ricardo Ramírez Requena, “Maneras de irse” (Editorial Ígneo / Colección Ciudades Insomnes, Caracas, 2014), es el más íntimo de todos. Es el del más doloroso destierro. Porque es la ida definitiva, la más cercana al dolor: es la marcha de unos seres que retornan como fantasmas. O como susurros mientras la rutina o la cotidianidad despliegan sus oficios.

El poema:
“Las amigas de mi madre se han ido muriendo. // Primero fue Yolanda, de carne firme y silencio. / Luego vinieron la abuela Arreaza, quien le vio/ el culo a todo El Cafetal de tantos años poniendo inyecciones: Elvira, su alegría y su cigarrillo perpetuo; / Beatriz, a quien no le tocaba realmente pero decidió / irse, y al final Elena, impuntual…”

El poema se decanta, asciende y desciende: quien lo escribe lo anima a ser, lo piensa y lo premia con nombres cercanos, tanto de personajes como del lugar donde habitaban esos espíritus que siempre regresan para convidar a quien se quedó en este mundo entre los afanes del recuerdo. Es una elegía en la que la voz que cierra el texto se familiariza más con sus duendes interiores. 

“Todas se han ido muriendo. Quién les habrá dicho/ que podían morirse así, como pidiendo permiso.// Hay maneras de irse y cada una ha respetado el pacto/ que las une. // Hay un orden de las cosas y mi madre / lo ha entendido en su silencio.// Se le ve en el rostro, cada vez que aparece Elvira / durmiendo o fumando en la casa, o el ascensor/ decide detenerse en el segundo piso, el de la abuela.// Tanto apuro y nadie quiere irse de verdad, dice. // Tanto apuro y no pueden vivir sin contarme sus/ asuntos en los sueños, comenta.// Me dejaron sola, cuidándoles la calle y a su gente. / Yo cuento ahora los chismes, yo doy las clases, / yo pongo las inyecciones ahora. / Aún no puedo irme, me cuenta. Ni que quisiera. / Cada día me encomiendan cosas nuevas/ las pendejas esas”.

Morir es el sino más próximo al exilio. Pero siempre se regresa en la voz del otro. Este exilio, tan casero, tan de la comarca familiar, estremece en la lectura porque así habla quien vive, quien no ha desistido de la vida, quien no se ha ido, pero sabe que también le tocará irse algún día.

Una manera de irse: la muerte, la sombra de quien viaja y retorna en la imaginación, en las voces de los muertos.

el escritor venezolano Ricardo Ramírez Requena
foto:queleer.com.ve
2.-
El poemario de Ramírez Requena está dividido en cuatro estaciones: Movimientos, Diásporas, Postales y Adendas. Todos los títulos interiores son correlatos del viaje, de la ausencia. La voz del poeta comienza con un yo neural, un yo que reclama a la altura el azar, la suerte de andarse atrincherado, mofado por el dolor. Y desde ese momento, el libro se mueve –mediante un discurso preciso, limpio, despojado de brillos innecesarios- a través de un tempo en el que la voz adquiere otros matices: “Hay una serenidad que otorga la amargura (…) Sabemos que el que suelte su amargura pierde. / Solo el silencio la resguarda”. Ya no es la nostalgia invocada por la muerte del otro. Ahora, un sentimiento vivo toma lugar y se hace a la calle para decir de otros protagonistas, los que seguramente formaron parte de la experiencia juvenil del poeta.

“Los muchachos van al frente. Uno teme por ellos, / por su bien o por la idealización malsana que se/ tiene de ellos. La juventud es fiel a su sangre, / a ese vigor que desmorona conceptos. Uno solo debe/ guardar aquello que ofrecen, sus pasos consecuentes/ en un tiempo inconsecuente, su risa. Y caminar alerta/ de que un viento no nos los vaya a llevar”.
El movimiento, el tránsito hacia muchos puntos del tiempo, forma parte de los signos de este hoy amalgamado por miedos y por angustias.

La voz se traslada de un sitio a otro. Caracas es el depósito de quienes han activado –desde muchos destinos obligados- la pérdida, porque irse conforma una obligación.

3.-
También está la imagen de una mujer. Describirla es desearla, pero también mantenerla detenida o dibujada en la memoria: “Hago imperio en tu mirada mientras oteo cada / espacio entre los pliegues de tu falda: luz oscura/ que me envuelve sin motivos, sombra empapada/ de humedad, lugar de mi sosiego, senda clara”. El amor y el deseo, el texto que crece dentro de quien lo lee, proteico. Y el tiempo, los pasos del tiempo sobre la realidad, esa cosa que aturde, que desestima los sueños: “No somos la historia de nadie”.

Y la foto continúa en otro texto. Pero esta vez es la imagen genética de alguien que forma parte de una búsqueda, de una historia de exilios, de una fecha anclada en un siglo ya muerto, y que “fue el insomnio del tiempo”. No deja por fuera la vivencia plural de un país ardido: “Susúrrale al siglo que se duerma, que deje nacer/ otra belleza.// Préstale tu pierna mala para que al andar salga/ prudente.// Llévate a sus muertos olvidados y cansados.// Déjanos la música y el trago. Déjanos la llama”.

El tiempo también se larga: tiene su manera de irse. El tiempo se exilia.

foto:el-nacional.com
4.-
Las ciudades también sufren destierros. Suelen irse de uno, de quien las alquila para habitarlas. La polis es la consagración de todas las huidas. Quien habita una calle es ciudad, cañería o patio trasero. Quien habita esos espacios se hace esos espacios. Se hace ciudad. Abandonarlas, dejarlas ante cualquier eventualidad implica llevarse la ciudad en un morral, en los ojos, en la piel o en el interior de nuestras sombras. Pero quien viaja ciudades también es muchas ciudades, pero no se desprende de la original. Es su ciudad. Sus malos olores, sus personajes anónimos, las mujeres que desnuda y ama, sus muertos, sus miserias, sus tragedias.
La diáspora, las semillas esparcidas en otros suelos, la siembra en otro idioma, en otra calle que no reconoce al recién llegado. El poeta habla de esas ciudades, las examina, las ama o las detesta. Se hace ellas, parte de sus misterios, de sus luces y oscuridades. A veces quien respira una ciudad no sabe si la habita o la muere. O si ha nacido en ella. Se es extranjero la mayoría de las veces: un país se abandona si el país deja de serlo. La ciudad se despoja.

“En ésta, en donde vivo ahora, me siento apenas/ testigo de sus andares y mutaciones. De las otras, / alguien que las busca siempre en sueños”.

Por eso se entra y se sale del vientre materno. Se hurga en las vísceras de los callejones, en las costumbres y distracciones. Una ciudad siempre nos retorna a sus ambigüedades. Y en ella hay tantos desperdicios, tantas pérdidas. Pero también tanta memoria:

“Hay un televisor pasando Sábado Sensacional, mudo, / con Amador Bendayán entero; una radio en donde/ suena Toña La Negra. Nadie baila ni se mira. Reina/ el silencio y los murmullos de los cuatro del fondo. / De repente, una risa tuya. Una extraña presencia/ en este final del día. Entran dos niñas ofreciéndote flores para una mujer que no está aquí. Entra la/ policía y te requisa, para luego ofrecerte marihuana. / Para todo giras la cabeza, negando. Te detestan. / Terminas la cerveza y te levantas, dejas el dinero/ y haces que vas al baño. “No hay agua”, dice/ el letrero. Bajas la cabeza y al salir, sabes que nadie / te mira. Como si no pertenecieras ahí, y no hubieras/ bebido y pagado tu cerveza. Es que tu cansancio/ no es el de ellos. ¿No recuerdas el extraño olor a/ cementerio, a huesos viejos, a negra herrumbre”.

Entonces el país, el pequeño país del sabor a cerveza, el incapaz de ocasionar resaca, ha perdido el sentido de ser. Y es Puerto Malo, el milagro geográfico de Eugenio Montejo, el que aparece para designar el otro destino.

Y es la misma ausencia, sin huesos, sin palabras. El poema se instala de nuevo en la muerte. 

Son las ciudades del escape. Son tantas ancladas en el poema. Tantas que se han quedado desterradas, solas, lejanas. La experiencia sofoca: se ha viajado. Pero nunca se abandona la tierra bajo las uñas. Una manera de irse es no irse nunca. O quedarse para irse de otra manera.

foto:culturaurbana.org
5.-
Desde La Guaira, desde la tierra que una vez fue la prometida, se escribe una postal. Orlando se dirige a Angélica. Referencias culturales, nombres de la vieja Europa. Italia. Los saludos a amigos y familiares. Y también una especie de Aquiles engendrado por Afrodita. La cólera. El viaje. La Odisea o la Ilíada. Y el hombre que escribe traza su propio carácter, sus cambios, sus trastornos. El poema, la prosa en la que viaja el personaje se aleja con el nombre: “Toma mis palabras, Angélica, no creo que escriba más. // Menos tuyo y cómo lo agradezco”. Otra forma de irse.
Ahora es Orfeo quien le escribe a Eurídice. El hijo de Apolo y Calíope, desposa a la ninfa de los valles de Tracia. En un evento donde participa Aristeo, la mujer es mordida por una serpiente. Muere y Orfeo se dedica al llanto y a musicalizar su pena. Los dioses le permiten bajar al infierno del que intenta sacar a su amada. El retorno es extenuante. Como en el caso de la mujer de Lot, Orfeo pierde a Eurípides al no obedecer a los dioses: volteó y la mujer desapareció en las sombras. Desde este mito, Ramírez Requena escribe “Postal desde la autopista”.

Un segmento nos permite sentir la presencia de ambos personajes en la actualidad. Dos sujetos que forman parte del destierro, de la pérdida, pero también del rencor. El poeta recrea el mito y lo transforma.

“Esa casa, ese rostro mediterráneo llega al alba hecho/ certeza y es el mejor de los insomnios: te despides/ de mí desde otra orilla; estás de espaldas ofreciendo/ tu cabellos a mis dedos y sin verme nunca, / estallando en luz por la ceguera de cualquier otro sol/ en tus almendras, alejándote me besas desde el más/ nuevo y último de sus exilios”.
La ciudad, la Caracas de quien la vive y la desvive, aparece en escena en otra postal. Esta vez desde un espacio específico: el café Rajatabla del Ateneo de Caracas. Y he allí que la ciudad se angosta y se descubre. Se manifiesta extraña “en una mesa, / sentado uno al frente de otro, a un punketo y un/ Guardia Nacional”.

La “Carmen” de Merimée, la cigarrera de la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla, donde también trabaja el sargento vasco José Lizarrabengoa, se hacen presencia en Chacao. Esta traslación, esta suerte de manera de irse de un lugar a otro, de ser traídos por la imaginación del poeta, comporta un exilio recreado donde el Nuevo Circo de Caracas, las manifestaciones religiosas de la urbe capitalina habilitan las imágenes que hacen de este libro una manera de leerlo, de irse con él en exilio obligado hacia las páginas del novelista y hacia los sonidos de Bizet.

foto:RubénDaríoCarrero/rubencarrero.blogspot.com
La historia es harto conocida. La anécdota de la novela corta de Merimée es un retrato de época. Una retrospectiva amorosa que empujó a Ramírez Requena a decir:

“No tengo nada porque darte las gracias, solo/ desearte la mayor de las felicidades en tus labores/ de puta. // En este lado del Atlántico, en donde me he asumido uno más de los de aquí, bregamos la primavera arde/ en los ojos y lo que no otorgue vida lo despedazamos”.

Y desde Las Palmas, Isolda y Tristán. La postal sale de la ciudad. Lleva el mensaje de las horas y deshoras de la polis. De los ajetreos urbanos. Habla el poema de la presencia del personaje en Puerto Malo, y su no regreso a Cornualles por instrucciones de Mark. Exilio. Destierro. Finalmente es Manoa la tierra que lo acoge. La tierra que le advierte de la distancia de su origen.

6.-
El largo aliento del poema “Cuerpo de mujer” descifra a un personaje. El texto narra, toca y recorre la topografía de un cuerpo. Se hace de sus ojos, de su frente, de todas sus formas. Lo convierte en un país, en un lugar habitable. Lo desposa.

Es un poema de amor donde cada parte del cuerpo es un muelle de sorpresas, de sabores. Texto del deseo que no se agota:

“Te desgranas, mujer mía, ahora, en la mañana. / Intento descifrarte y no me dejas ya. Más que un/ sabio, soy ahora tu esposo. Es un círculo en donde/ lanzo la atarraya en cada calle y espero.// Del averno a tu olor, y de tu olor al averno”.
Ella también es un destino. Ella forma parte de esas maneras de irse, de ir y venir.

foto:ArnaldoUtrera/digopalabratxt.com
Cierra el libro con un cuadro de ambientes. Es un poema cuya intimidad se abre al mundo. Los retos de la casa, la nimiedad de las labores del hogar hasta el viaje verbal por Chile, Colombia, Praga, Barcelona, Turín…pero también está la mirada al paisaje local. Esa forma de establecer un espacio para explayar una manera de desplazarse en el futuro, los hijos que vendrán, los idiomas aprendidos. Y así, desde una ventana la contemplación del Jardín Botánico, la Universidad, el Ávila: vistos desde Berlín, México o Liverpool.

Con este libro, ópera prima de Ricardo Ramírez Requena, se confirma la calidad de una voz que seguirá aportando títulos para gusto de quienes tienen en la poesía una manera de irse y de recurrir al exilio y auxilio de sus imágenes.


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Ricardo Ramírez Requena (Ciudad Bolívar, Venezuela, 1976). Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela. Es, además de escritor, gran lector, librero y profesor universitario.

Pueden seguir a Ricardo Ramírez Requena en:


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