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Friday, September 26, 2014

SALIR A JUGAR: JULIO CORTÁZAR, de la A a la Z


—por Gregory Zambrano—

Muchas veces se ha insistido en el carácter lúdico que destaca en la obra de Julio Cortázar. El afán por el juego se muestra en diversos cuentos, en sus poemas y en varias de sus novelas. Quizás sea en la más célebre de ellas, Rayuela donde las opciones de juego van más allá de los simples saltos entre cuadrículas persiguiendo un destino entre el cielo y el infierno.O una novela articulada al gusto del lector que, cincuenta años después de publicada, la sigue armando a placer mientras busca desentrañar las peripecias del amor entre La Maga y Oliveira; o los sentidos del idioma glíglico, que le permitan entender exactamente lo que significa amalabar el noema. (“Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes” (Rayuela, cap. 68).

También es un juego el arte de esconderse entre las palabras, donde alguien puede pasar de perseguido a perseguidor y viceversa, correteando para disimular sus obsesiones. Así pues, por ejemplo, La vuelta al día en ochenta mundos, ya de por sí una parodia al más famoso de los libros de su tocayo Julio Verne, es un collage de noticias singulares, enigmas, imágenes y textos dispuestos a desafiar las sintaxis más extravagantes para tratar de entender “cuántos mundos hay en el día de un cronopio o un poeta” (“La vuelta al día”, p. 296).

A finales del año 2013 se publicó un libro que va en sintonía con ese placer cortazariano de ir armando distintos rompecabezas y descubriendo mapas para organizar la significación: Cortázar de la A a la Z, un álbum biográfico. Editado por su viuda, Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga, estudioso de la obra del gran cronopio, y diseñado por Sergio Kern. El libro, articulado en clave cortazariana, va en sintonía con la no muy ortodoxa obsesión biográfica del autor, quien declaró que no era muy amigo de la biografía en detalle, de la documentación en detalle, y para quien “Toda biografía es un sistema de conjeturas”. (“Biografía”, p. 49).

Este libro-almanaque, como le gustaba a Cortázar llamar a estas “pequeñas aventuras imaginarias” (p. 287), puede leerse como indica su propuesta, de la A a la Z, como el diccionario, comenzando por la palabra clave, la palabra enigma, la palabra interés y pasearnos por sus detalles minuciosos y familiares, los viajes, los amigos, los lugares emblemáticos, literarios o no, paisajes y postales, fotografías propias y ajenas, los personajes de la historia y la literatura, otros creadores: artistas plásticos, cineastas, escritores, músicos, editores. También objetos cotidianos: anteojos, pipas, calidoscopios, instrumentos musicales. Es un libro visual donde una vez más se invita al juego, a la rayuela.

Así, vamos desde una semblanza de grandes pinceladas sobre su abuela, Victoria Gabel de Descotte, quien poseía un antiguo abanico japonés, hasta la ciudad de Zihuatanejo en el pacífico mexicano que corona El libro de los sueños, su texto para el bestiario de Aloys Zötl y la declaración de que alguien “era zurdo de una oreja”. En fin, somos invitados al juego, al entretenimiento y a la revelación de objetos personales y nuevos textos.

Hay un universo de opciones para mirar la trayectoria vital y artística del escritor. Esta valiosa recopilación nos permite entrar, aunque limitados por una celosía que sólo nos deja ver fragmentariamente, al entramado de amistades y a una copiosa correspondencia con figuras destacadas del siglo XX. Tomo a saltos algunos de sus atajos:

Juego

Cortázar concibió mucho de su literatura con el sentido del juego. Este elemento condiciona su visión del mundo, su personalidad y el fin último de su literatura: hacer sonreír y, sobre todo, hacer pensar, que es la finalidad esencial del humor. De hecho, su libro de poemas, finalmente titulado Salvo el crepúsculo, iba a titularse Palabras para el juego. Cuando ya tenía concluido y listo el volumen para darlo a la imprenta, Cortázar sólo esperaba que el título del conjunto se le revelara como un acto mágico; confiesa en una carta a su editor: “me falta el título, aunque saltará como un conejo en cualquier momento, en cualquier relectura” (p. 255).

En una entrevista con Ernesto González Bermejo señaló que “Todas las mujeres con las que he vivido —que no son pocas— todas sin excepción me han dicho en algún momento: “Lo que a veces es terrible en ti es hasta qué punto eres niño”. Y luego explica cómo su visión de la vida se asimiló al personaje de Peter Pan, el niño que no quería crecer, para finalmente preguntarse sobre el proceso natural que significa madurar. El escritor se responde: “Es una operación selectiva de la inteligencia que va optando cada vez más por cosas consideradas como importantes, dejando de lado otras. Para el adulto deja de ser importante jugar a la rayuela y pasa a ser importante pagar el alquiler. El niño, como a lo mejor ni sabe lo que es el alquiler, juega a la rayuela como algo muy importante” (p. 162). Al respecto, el libro recoge el testimonio de su amigo Mario Vargas Llosa, para quien visitar su casa era “la fiesta y la felicidad. Me fascinaba ese tablero de recortes de noticias insólitas y los objetos inverosímiles que recogía o fabricaba, —recuerda Vargas Llosa— y ese recinto misterioso, que, según la leyenda, existía en su casa, en el que Julio se encerraba a tocar la trompeta y a divertirse como un niño: el cuarto de los juguetes” (p. 174).

Humor

Deslindando el trigo de la paja, el escritor siempre sostuvo una defensa del sentido del humor. Decía que “a los humoristas les pegan de entrada la etiqueta para distinguirlos higiénicamente de los escritores serios. Cuando mis cronopios hicieron algunas de las suyas en Corrientes y Esmeralda, huna heminente hintelectual hexclamó: “¡Qué lástima, pensar que era un escritor tan serio!”. Sólo se acepta el humor en su estricta jaulita, y ojo con trinar mientras suena la sinfónica porque lo dejamos sin alpiste para que aprenda”. (“Humor”, p. 133).

En ese sentido, ver la vida desde el filón humorístico significa encontrar su lado más amable. Decía Cortázar: “La literatura ha sido para mí una actividad lúdica, en el sentido que yo le doy al juego y que usted conoce ya bien; ha sido una actividad erótica, una forma de amor”. (“Profesionalismo”, conversación con Ernesto González Bermejo, p. 226).

Música

Muchos hemos visto diversas fotos donde Cortázar aparece tocando la trompeta. No era una simple pose fotográfica. El autor fue un consecuente admirador de los grandes trompetistas como Charlie Parker, alter ego de Johnny Carter, un saxofonista de jazz y protagonista de “El perseguidor”. Él mismo, como ejecutante de la trompeta, va dando cuenta de sus progresos con el instrumento en cartas a sus amigos. El libro reseña por lo menos dos momentos: “…he pasado largas horas soplando en mi trompeta para horror de los vecinos, pues eso constituye mi más segura manera de entrar a fondo en cualquier cosa que me interesa de verdad y que quiero conocer por dentro” (Carta a Paco Porrúa, 18 de agosto de 1964, p. 285). En otra carta del mismo año anota: “…sigo haciendo progresos con mi trompeta, y ya los vecinos no se quejan. Aurora sospecha que es porque ya no queda ninguno” (a Sara y Paul Blackburn, 17 de diciembre de 1964, p. 285).

Jazz

A propósito de la música, fue el jazz el género que más le impresionó y al que dedicó memorables páginas, aparte de “El perseguidor”, como ésta de Rayuela: “…el jazz es como un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, saltabarreras, burlaaduanas, algo que corre y se difunde (…) en Birmingham, en Varsovia, en Milán, en Buenos Aires, en Ginebra, en el mundo entero, es inevitable, es la lluvia y el pan y la sal, algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones inviolables, al idioma y al folklore: una nube sin fronteras, un espía del aire y del agua, una forma arquetípica, algo de antes, de abajo, que reconcilia mexicanos con noruegos y rusos y españoles …” (“Jazz”, 141).

Poesía

Cortázar defendió su vocación poética en contra de las etiquetas que le arrinconaban de manera absoluta en su clasificación como escritor. El Cortázar poeta aludía a los: “…lectores que no están demasiado dispuestos a aceptar que un autor, a que tienen clasificado como cuentista o novelista, se les escape del casillero” (“Poemas”, p. 221). Se definía a sí mismo como un buen lector de poesía y desarrolló una interesante analogía de la mediación poética y los audífonos. Decía Cortázar: “…de alguna manera la poesía es una palabra que se escucha con audífonos invisibles apenas el poema comienza a ejercer su encantamiento (…) El poema comunica el poema y no quiere ni puede comunicar otra cosa. Su razón de nacer y ser lo vuelve interiorización de una interioridad, exactamente como los audífonos que eliminan el puente de fuera hacia adentro y viceversa para crear un estado exclusivamente interno, presencia y vivencia de la música que parece venir desde lo hondo de la caverna negra (…) el poema es en sí mismo un audífono del verbo; sus impulsos pasan de la palabra impresa a los ojos y desde ahí alzan el altísimo árbol en el oído interior” (De Salvo el crepúsculo) (“Audífonos”, p. 35).

Escritura terapéutica

Los elementos fantásticos que rodean muchos de los cuentos de Cortázar han nutrido las más intensas reflexiones por parte de la crítica. No sólo la perfección formal de los relatos sino la construcción de sus atmosferas inquietantes. Son muchas las imágenes que podríamos sumar como ejemplo. Me detendré solamente en “Carta a una señorita en París”, ese turbador relato en el cual el protagonista, que es también el narrador que cuenta en primera persona, vomita conejitos.  El autor confiesa: “escribir el cuento (…) me curó de muchas inquietudes. Por eso, si se quiere, los cuentos fantásticos ya eran indagaciones, pero indagaciones terapéuticas, no metafísicas”.  (“Conejitos”,  p. 76).

Vampiros

Uno de los elementos  que marcan su afición a los elementos fantásticos es la presencia de vampiros —más allá del efecto político que quiso darle a su historieta Fantomas contra los vampiros multinacionales— esta cercanía licantrópica le acompañó desde su infancia. Así lo resume el escritor: “Si el hombre-lobo no rondó demasiado mi cama de niño, en cambio los vampiros tomaron temprana posesión de ella; cuando mis amigos se divierten acusándome de vampiro porque el ajo me provoca náuseas y jaquecas (alergia dice mi médico que es un hombre serio), yo pienso que al fin y al cabo las picaduras de los mosquitos  y las dos finas marcas del vampiro  no son tan diferentes en el cuello de un niño, y en una de esas vaya usted a saber. Por lo demás las mordeduras literarias  fueron tempranas e indelebles; más aún que ciertas criaturas de Edgar Allan Poe, conocidas imprudentemente en un descuido de mi madre cuando yo tenía apenas nueve años, los vampiros me introdujeron en un horror del que jamás me libraré del todo” (“Vampiro”, p.290).

Madre

A propósito de la madre, Cortázar siempre destacó el hecho de que ella fuese una buena lectora y que le hubiera inculcado el amor por los libros y la lectura. Su relación fue buena, pese a la distancia física que medió entre ellos durante la mayor parte de sus vidas. Ante la pregunta de un entrevistador sobre su relación materna, al parecer creyendo que es el mismo Cortázar el protagonista de su relato “Cartas a mamá”, el escritor responde:

“Evitemos el criterio un poco ingenuo de atribuirle a los autores las características de los personajes. Te aseguro que permanezco a salvo de cualquier complejo de Edipo. Mi relación filial ha sido siempre muy intensa. Esto no me impide una completa independencia. El lazo se anuda con cariño y amistad” (“Mamá”, p. 166).

Entrar a las páginas de este libro es como entrar en un museo; no a ver las piezas en su triple dimensión sino a tocarlas en sus detalles y texturas. Gracias a estos folios podemos palpar metafóricamente los objetos que en él se encuentran, y no sólo los objetos, también aquí las palabras tienen el encanto de lo que se sabe único y perdurable. Los viajes, las lecturas, las fotos, los amores, los paisajes, la música, los amigos, la literatura. En resumen, la vida singular que se tradujo en libros, en obras. Estos, al fin y al cabo, según Cortázar, “van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo” (“Libros”, p. 160).

Refugiados entre estos objetos entrañables, rendimos homenaje al Gran Cronopio, porque nos ha legado una obra intensa y memorable, divertida y profunda. Así, pues, nos ha regalado excepcionales momentos como lectores, instantes que tanto pueden parecerse a la felicidad.


(Aurora Bernárdez, Julio Cortázar de la A a la Z. Un álbum biográfico. México: Alfaguara, 2013).





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