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Friday, August 29, 2014

'El hombre en la azotea' de Abelardo Sánchez León: Las ONGS también matan

  
Abelardo Sánchez León. foto:caretas
                                                                                 
“Lo mío, he tratado de explicarle, también sale del
corazón, de las convicciones, de los compromisos,
de las batallas diarias por superar el egoísmo. Ser
intermediarios, no ser nosotros , no ser yo, ser
intermediarios entre los donantes y los
beneficiarios. De eso vivimos...”.

por Luis Fernández-Zavala, Ph.D (*)

Abelardo Sánchez León (o Balo, como lo llamábamos en la universidad) es más que un multifacético escritor peruano (profesor universitario de Comunicaciones, líder de una ONG (Organización No Gubernamental), director de una revista socio-política, poeta y novelista) que ha publicado 25 obras entre trabajos sociológicos, poesía y novelas; ASL es también un válido referente de la  generación de los años 70  que ha sabido  combinar con vehemencia el quehacer social y la literatura. ASL pertenece a ese grupo de profesionales peruanos que se fueron a Francia a hacer un post-grado y terminaron formando un círculo de amistad al rededor de algo en común, más allá de nacionalidad, preocupaciones personales y políticas: su pasión por la literatura.

ASL no se metió a la literatura en Francia, el llevó su poesía a Francia y allá  hizo amistad con  narradores de la talla de Julio Ramón Ribeyro, Bryce Echenique entre otros,  que estamos seguros han influido en su prosa afable, intimista y humorística. Algunos críticos piensan que su mejor área de producción ha sido y sigue siendo la poesía, quizá porque en su obra  solo cuenta con 5 novelas de las obras 25 publicadas. El Hombre en la Azotea (Alfaguara, 2008) es su penúltima novela y merece  un comentario especial porque  recoge un retazo de la historia peruana contemporánea, el mundo de las ONGS, desmitificándolo a través de la visión de uno sus actores.

foto:elcomercio.pe
Efectivamente, Gustavo Ibáñez, el narrador en la azotea, aunque no lo dice la novela, forma parte de ese grupo de Científicos Sociales de los años 70, cuya opciones de trabajo eran: o trabajar para el Estado, la universidades, las ONGS o ser consultor para una de la grandes agencias de desarrollo europeas o norteamericanas. Gustavo Ibáñez nos contará de sus experiencias e impresiones como funcionario de una ONG en Lima. El mundo de las ONG es, como cualquier otra organización, está plagado de agendas individuales, juegos de poder y alianzas a su interior, y de negociaciones, influencia y control a su exterior. No todo es perfecto en las ONGS que son organizaciones como cualquier otras, sujetas al contexto social más amplio y a las acciones de sus manejadores.

Desde el título, el autor nos  ubica en el lugar desde el cual se va a narrar la historia: en una azotea, o sea, desde la distancia, desde la memoria. El narrador ficticio se ubica física y mentalmente fuera de los hechos para irlos hilvanando  para los lectores. Él está en la azotea –donde en Lima se ponen las cosas en desuso– para presentarnos un “informe” de vida, el reporte final de entre los muchos que tuvo que preparar como líder de una ONG en Lima, pero sin la metodología interesada de los informes profesionales y burocráticos. El informe final de Gustavo Ibáñez es un reacomodo de lo que vivió en el mundo las ONGS: expectativas de hacer algo bueno, un círculo de amigos-colegas, un mundo profesional con sus intrigas y decepciones. Las experiencias vividas, vistas a la luz del tiempo, en un contexto específico (la invasión del Banco Mundial en el terreno de las ONGS) se convierte  el “informe”  personal, a veces desordenado y esconde el deseo de que se conozca su verdad. Ibáñez no trata de hacer un evaluación crítica de las ONGS, sino presentar su versión personal de las relaciones que entabla en este mundo profesional y cómo estos afectaron su vida.

Los personajes que van apareciendo en escena, según la versión del narrador, son arquetípicos: no hay un mayor conocimiento de ellos más allá de su papel en el juego interno o externo de las ONGS. Inclusive, Victoria Herrera, la asertiva esposa de Gustavo Ibáñez aparece ejerciendo sobre él presiones que podían ser tachadas de arribistas (o normales), tomando en cuenta las necesidades materiales de la familia (una casa, un carro). Ella es una fuente más de tensión afectando su trabajo. Lo ve como un sujeto demasiado pasivo y tímido que no se las juega para poder seguir escalando posiciones dentro de la ONG, a pesar de sus veinte años de trabajo estable. Ella arregla y desarregla sus informes (recuerdos), y lo deja de querer más o menos al mismo tiempo que se da cuenta que Gustavo ya no quiere seguir jugando el juego de poder y entra en una crisis emocional. En la narración, no hay sino la versión de Gustavo que siente que su mujer lo mira ya lastimosamente. Él siente que Victoria hubiera querido un esposo que hubiese podido ser un consultor para el Banco Mundial. Trabajar por una buena causa no elimina las contradicciones de la pareja, sino que con el tiempo, las acentúa.

Cuando discutíamos nos acalorábamos de manera extraña y nunca supimos bien la razones de ese inusitado cambio de ánimo. Pienso que no hay razones. Lo que hay detrás de cada riña de pareja es nuestro propio modo de ser, el tono de nuestra voz, nuestras actitudes. No nos soportamos e inventamos excusas para pelearnos.

Desde el principio de la novela nos damos cuenta de un actor fantasmagórico que cambia todas la reglas del juego entre ONGS y sus participantes: El Banco Mundial. Federico Gutti es el amigo que esperando su jubilación le pondrá al tanto de las formas de operar de esta institución.

Los seis mil empleados somos tristes amanuenses del gran imperio financiero. Aquí se produce gran cantidad de papel. En el fondo, no somos otra cosa que empleados que visitan países, negocian inversiones, promueven proyectos mano a mano con los gobiernos, les prestan dinero y luego redactan informes que den cuenta a sus jefes de las etapas realizadas. Claro, me decía, el Banco produce todo tipo de papel.

foto:pucp.edu.pe
La manera de dar cuenta de esta relaciones interpersonales e institucionales, es a través la presentación de diversos personajes muchas veces aludidos usando sobrenombres: el Carioca, Mr. Meeting, Amor sin Fronteras, Emma Civil Society, Emma World Bank, The Romantic English Woman. Los estilos de manejo institucional de la ONG y sus manera de crear tensiones sobre la vida de Gustavo Ibáñez, se hace en acápites que llevan los nombres de los directores o personajes claves en el manejo de la de la ONG a la que perteneció. Los eventos suceden en Washington D.C. (el Mall) o en la sede de la ONG (el pasillo) y en el momento clave e ineludible de renovación de cargos (la despedida); la azotea es el lugar de la remembranza.

No hay en la narración de Gustavo Ibáñez un orden rígido y una trama clara que hable de una búsqueda de un derrotero. Se trata más que nada de impresiones y reacciones a los personajes que va encontrando. No queda claro cómo surge su “crisis emocional”, cómo es que “quema cerebro” y se refugia en la azotea para escribir su historia. Gustavo Ibáñez no es un necesariamente un tipo compulsivo, maniático que entra en crisis. Tampoco se deja ver si el mundo laboral lo lleva a esta crisis. Simplemente pasa que se “desconecta” de la realidad y empieza a escribir –ahora sí obsesivamente– el reporte de su vida laboral. Tal como está presentado en la novela, Gustavo Ibáñez, solo quiere hablar de lo que vivió. 



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(*) Autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas (Editorial Pukiyari, 2014).





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