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Friday, March 7, 2014

"Click" (2008) del español Javier Moreno - una reseña

—por Alberto Hernández—

La pura verdad es que en todo lo relativo al asesinato
soy muy exigente,
y que tal vez llevo mi delicadeza demasiado lejos.

Thomas de Quincey.
Del asesinato considerado como una de las bellas artes.

1
Estuve tentado por la idea de fragmentar la lectura. Hacerla una suerte de campo minado donde cada explosión se encargara de diseminar el cuerpo de la historia, de manera que cada parte sirviera para identificar el cadáver mediante una autopsia rigurosa. O para hacer menos traumático el avance en esta aventura. Pero nada, cada Click, cada capítulo, se me convirtió en una masa cósmica, encefálica y amorfa, toda vez que la escena del crimen fue transformada en una pista de baile. Quizá por la misma manera de abordarla. De modo que reconozco mi estrecha complicidad en el crimen.

Me dije: Click number one: Quispe Serezádez, una aproximación clásica de un nombre en la conciencia de un personaje traducido en voz masculina, ampliador del universo, medidor de energías. ¿A quién quería salvar este sujeto/relator? En esta primera instancia enfoca “el amor, el fracaso, la traición...” y la carta a Merceditas. Me quedó un sabor amargo, pero a pesar de todo me embarqué en el Click number two: la emoción, una lágrima, el recuerdo, el pasado, sí, el pasado. El deseo carnal y “el click del gatillo de una Peacemaker en la sien”. El sabor se hizo ácido. Me recogí en la silla. Vi el amanecer. Levité con ganas de tocar el sol recién alzado por la curva de la tierra. Así, el Click number three: El humor, la frivolidad. El funcionario fastidiado, “enfermo de belleza”. Supuse que un narrador mutante (moda española que no ha llegado a estas orillas de América) era un referente de viejos amores librescos. ¿Lovecraft, Bradbury, Shandy? No sé. Quizás más acá, forjados por la criminología de todos los estantes, los cerebrales Chandler, Macdonald, Himes, Hammett. O más cerca, Le Carré, Christie. De Quincey, aventajado de la Sociedad para el Fomento del Vicio, del Club del Fuego Infernal, aquel centro de amigos creado por Sir Francis Dashwood, donde se cifran conferencias y otras ociosidades. Tampoco sé. En todo caso, son nombres. Y novelistas. Tramas que nos conducen a un cadáver. O a varios, como el que sentimos en la última página de esta novela de Javier Moreno publicada por la imprescindible Editorial Candaya, en 2008, año que aún cruje bajo nuestros pies.

2
Entonces, para zurcir el desgano, me dije —no para mis adentros sino en voz alta—: Le voy a entrar con las ganas, como si fuese un profesor de lógica, macerador de falacias de atingencia. Vaya, qué calculador. Bueno, en fin, así me viene esta novela del joven Moreno. Nada, que me lanzo con un argumentum ad verecundiam y me deshago en amores. Click, como lectura, me congela. Como propuesta, me aturde. Digo y redigo: el autor deslava su talento, lo pone a prueba. Usa un tubo de ensayo para evacuar resultados que se quedan en eso, enparaciencia, metaciencia, tanteos en literatura. Nada tengo contra experimentos, pero creo que la vida, ese gusanillo donde hay miradas, sudor, semen, pelos, lengua, piernas y demás asuntos corporales, destella filosofía en el instante del coito y de un apasionado beso. O escancia el vino y corta el filete. Temo decir que me quedé anclado en un pasado. Pronuncio: un pasado. Pero así como ando en dos piernas, también puedo pensar que este texto: “Repito: ¡click! Sí, ya sé, es difícil que el lector con tan poca cosa, apenas una onomatopeya, sepa de lo que estoy hablando...” (p. 41) no es más que gracejo, piso, corro y gano. Y así transcurrió durante las casi 270 páginas del libro. Me quedo en silencio un rato. Creo que el autor (no conozco nada de su obra. Malhaya la distancia y el Océano Atlántico de por medio) ha escrito poesía. Bien, aunque no tenga que ver con la lírica, pero, ¿por qué entonces esa manía cuantificadora, medidora, laboratorista de hacer una novela que sólo podría interesarle a los que viven metidos en la física cuántica, en la química espacial, en la fisiología entomológica? La literatura es más que eso. ¿Qué es? No sé.

3
Una vez abandonado el método de lectura, comencé a hilvanar el sentido de esta nota, ¿crítica? No, es una lectura muy personal, hasta lípida. Se trata de una nueva forma de extraviarse, me dije. De buscarse y no encontrarse, a menos de que in vitro se elaboren la felicidad o la amargura. De mutar y ser otro, un ensayo, un experimento “autodestructivo”, un referente de la nada.

Quispe Serezádez es un náufrago en un relato geométrico, paralelepípedo, enrevesado y cargado de emisiones donde la muerte, el ahogo, finalmente, lo hacen confesar que busca la belleza. Vale. Lo hace mediante la percepción de la totalidad y el vacío. Suma de asuntos que dispersan la lectura, la vida de quien se enfrasca en las páginas de esta novela. Se trata de una probabilidad, un ensayo, de nuevo; una caída libre (el paracaídas no se abrió o estaba roto). Luego siento que es una historia de amor sin amor, con glándulas sudoríparas, pero nada de hormonas, saturada de retórica y cierta frivolidad.

Una cosa es cierta: la realidad es un paisaje que se elabora con trazos y trozos, suerte de crucigrama, de encrucijada de equívocos y aciertos. De retazos. La vieja técnica del collage, pero un tanto forzado por esto que llaman la contemporaneidad, llena de símbolos y tecnología. Por una ciencia apegada a un espíritu locuaz, pedante y vacío. Por eso el personaje (la voz que habla) se trivializa y fallece a cada instante en un click o en un bang de Peacemaker o pistola. Hace de la vida un territorio cursi. Para morir, mejor, para matar, no es preciso tanto acomodo. Se dispara y punto.

Quispe Serezádez es un buscador de símbolos. Un indagador de paraísos perdidos e infiernos encontrados. El personaje aporta muy poco al decorado de otros intentos narrativos, pese a que el autor es un oficiante con talento, pero creo que tejió mal. Se equivocó de musas. Ojalá su próxima historia esté más cerca de él que de la Vía Láctea. O de una mezcla de sustancias químicas.





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