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Monday, July 1, 2013

Abril rojo: La guerra, la paz y la literatura (Parte I)

—Luis Fernandez-Zavala, Ph.D.—

“La gente que ha matado demasiado
ya no se arregla nunca”
Abril rojo.


De 1980 hasta más o menos 1990, Perú vivió una virtual guerra civil. Sendero Luminoso le declaró la guerra al Estado Peruano y éste respondió con la ferocidad de una guerra total. Los bandos desangraron terriblemente al país por más de diez años, tal como lo demuestran las cifras de muertos y desaparecidos: entre 69 mil y 77 mil, de los cuales un 40% son atribuidos a Sendero, 30% a las fuerzas del gobierno y el restante 36% a otros. Las tendencias suicidas y  homicidas encordelaron a la población civil —principalmente en las áreas rurales— en un abrazo macabro que ha dejado hasta hoy huellas difícilmente resarcibles.

Muchos jóvenes escritores peruanos vieron su juventud tempranera entre bombas, apagones, muertos y cierra puertas. Más de uno aprovechó la inseguridad de estos tiempos para leer más y mejor; otros para alimentarse de zozobras que luego plasmarían en poemas, novelas, cuentos y películas. Se podría decir que se generó un temario difícil de omitir para ellos: el trauma de la guerra.

Dialéctica del trauma de guerra en la literatura

En estricto sentido, la dialéctica del trauma de guerra en la literatura intentaría reproducir, rescatar y articular las vivencias de combatientes, víctimas y testigos de la guerra (Tracy Strauss, War, Literature & the Arts). Los traumáticos eventos de la guerra crean una disociación entre los individuos y la sociedad y sus instituciones. Se da una crisis de fe: la sociedad no los protege, ni los sanciona. A nivel individual, la pérdida de seres queridos y el riesgo de perder la vida propia genera un permanente estado de alerta que afecta física y psicológicamente su vida diaria . Miedo, ira, desconfianza y una desesperada necesidad de conexión humana guían los febles pasos de la vida cotidiana de los individuos. Ellos saben que no tienen muchas opciones y que la única libertad disponible es la de sentir lo tormentoso de la situación. Los eventos que los envuelven dentro de una pesada nube imposible de diluir, los lleva a idealizar aspectos de un mundo que creían seguro, “su vida normal”. Hasta cierto punto, la imaginación de los individuos hace manejable la situación que no pueden comprender y los ayuda a vivir confusamente.

el autor peruano Santiago Roncagliolo
Santiago Roncagliolo (1975) es uno de estos escritores testigos de la violencia que vivió el país, hijo de padres profesionales no ajenos a la política progresista, compartió con ellos su preocupación sobre el Perú, el exilio, y también el desencanto cuando Sendero enmugreció el término revolución. Roncagliolo es un observador acucioso, un investigador de detalles, pero por sobretodo un literato respondiendo a su época. Él fue un testigo más entre millones de peruanos, pero su quehacer no es la de un historiador o periodista, aunque su obra literaria se nutre de estos oficios. Como escritor, él puede reinventar todo para poder presentarnos el factor humano de las grandes tragedias. En su novela Abril rojo (Premio Alfaguara de novela 2006), presenta brillantemente este  mundo del trauma de guerra y la violencia vivida en lo años ochenta en el Perú.

A través de la historia del fiscal distrital adjunto, Félix Chacaltana, quien trata de cumplir la ley y las regulaciones al pie de la letra como una manera de darle un orden al caos que lo envuelve, Roncagliolo nos hacer revivir la ansiedad que los peruanos sentían por esta época. Todos querían volver a la idealizada normalidad.

“El fiscal Chacaltana puso el punto final con una mueca de duda en los labios. Volvió a leerlo, borró una tilde y agregó una coma con tinta negra. Ahora sí. Era un buen informe. Seguía todos los procedimientos reglamentarios, elegía sus verbos con precisión y no caía en la chúcara adjetivación habitual de los textos legales.”

La acción transcurre en Huamanga, la capital del departamento de Ayacucho (el lugar donde Sendero Luminoso empezó sus acciones de guerra y que curiosamente significa: rincón de los muertos) durante los días previos a la Semana Santa. Huamanga, es famosa internacionalmente por la intensidad puesta en la celebración de la Semana Santa y por contar con 33 iglesias alrededor de la plaza mayor.

En Huamanga-Ayacucho (un Macondo bizarro)  la espiritualidad católica, la mitología andina y la violencia pre y post-guerra se mezclan como la escenografía fantasmagórica que esconde un asesino cruel y ritualístico. La búsqueda del asesino se convierte en  la columna vertebral de esta historia donde las instituciones (Iglesia, Estado, Ley) se vuelven más gelatinosas y sus personajes representativos actúan como fantasmas tambaleantes.

Ayacucho, Perú
El cura Quiroz guarda en el sótano de la iglesia un horno para incinerar cadáveres; el comandante Carrión, que por ratos parece el más adaptado a la situación tenebrosa que envuelven los asesinatos, es el que confiesa su miedo y su cinismo. El agente de inteligencia Eléspuru, que no dice mucho pero está en todas partes, es el nexo con el poder central y su plan maestro de pacificación. El juez Briceño, coludido con la jerarquía militar, no acepta las evidencias de la investigación de Chacaltana, su función  no es otra que  filtrar justica en favor de sus aliados. Todos los personajes, y aún las víctimas de los asesinatos, están ligados a un pasado violento. Los “terrucos”, o Senderistas, supuestamente derrotados, siguen apareciendo, matando y muriendo entre las sombras, no se sabe mucho de ellos, pero ahí están, con miles de ojos en todas partes.

El divorciado fiscal Chacaltana regresa a Ayacucho durante los años que se creía haber derrotado a Sendero. Él pertenece a la clase media provinciana, en Lima donde estuvo trabajando, no era nadie. Vive solo, hablando con su madre muerta. Ella representa el mundo ideal de su infancia, de los sentimientos nobles, la buena conciencia, pero la infancia de Chacaltana también esconde un pasado violento.

Chacaltana quiere hacer las cosas bien, avanzar en su carrera, servir a su país, inclusive volver a enamorarse, con la aprobación de la madre, por supuesto. Edith aparece como la tabla de salvación, es joven, lo entiende y lo aprecia; ella representa la oportunidad de arreglo frente al caos presente.

“—Es solo que contigo me siento menos absurdo. Tú eres una de las cosas que no entiendo, pero la única que me gusta no entender.”

Sin embargo, en una situación de violencia generalizada, las emociones positivas, como el amor y el sexo, también se pervierten y la relación tendrá un derrotero violento.

La artesanía de Roncagliolo hilvana pulcramente la historia individual del fiscal Chalcatana con el desenvolvimiento de las instituciones en el ambiente anterior y posterior a la guerra. La fluidez narrativa atrapa rápidamente al lector en la trama para descubrir quién o quiénes son los asesinos dentro de un ambiente  donde todos los personajes están inmersos y salpicados por la brutalidad de la guerra. En los momentos en que las emociones de amor, pasión, soledad, frustración y miedo aparecen, éstos son tratados con una fineza y delicadez íntimas que no se diluyen en la oscuridad de eventos mayores.

En el Ayacucho de Roncagliolo todos los personajes se mueven como fantasmas y la religiosidad y el misticismo se mezclan con ellos. No hay una idealización del mundo de la pre-guerra, donde la violencia ya tenía otras aristas. Se podría sociológicamente admitir que la violencia cultural y la de la capital originaron un mayor exabrupto y barbarie. El machismo existía antes de la guerra, el desprecio por lo provinciano existía antes de la guerra, el centralismo existía antes de la guerra, el desprecio por el indígena ya era anterior. La guerra exacerba todo esto, lo lleva a su extremo. Sin embargo, cada uno sufre la guerra desde su raíz social clasista, desde su propia biografía violenta y muchas cosas no dependen de ellos sino de las altas esferas del poder; otro gran fantasma omnipresente.

La imagen que nos queda al terminar la novela es que el autor, como testigo urbano, siguió muy de cerca el desenvolvimiento del conflicto y logra recrear inteligentemente las angustias del trauma de la guerra (como personas ordinarias responden al acecho, al peligro, a la muerte) dentro de un mundo con personajes que se mueven como fantasmas. Cada uno vive su drama personal de la violencia, inserto en ella y sin poder escapar. La única salida es convertirse en otro fantasma más. Eso es lo que el trauma de la guerra trae, personas que viven como fantasmas.

Con Abril rojo, Roncagliolo ayuda a procesar este trauma bélico como una totalidad, es decir, buscando y restableciendo las conexiones entre la deshumanización, el caos, desolación individualizada y la sociedad. El lector accede a los horrores de la guerra, los dimensiona, y así, de alguna manera, se exorciza. La memoria ficcional presenta el horror de la guerra como “entendible”, pero sin salida.






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