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Saturday, July 7, 2012

El avión negro - Esteban Moore (Argentina)


—por Alberto Hernández—

1.-
Juan Domingo Perón es imaginado en un poema que vuela sobre la ilusión, sobre una ciudad que vive los avatares de un tiempo que se repite diariamente en las vidrieras de las grandes tiendas porteñas. En el hedor que despide la basura de la ruidosa y crecida Buenos Aires, Juan Domingo Perón rebota entre las vértebras de un poema que Esteban Moore compone desde las vísceras de una vieja nave aérea, desvencijada por el óxido de los años, pero no borrada del todo de la fiebre de quienes aún piensan que el mesías uniformado bajará por una escalerilla a salvarlos de la insania política de los días más cercanos a estas horas.

El 2 de diciembre de 1964, el pueblo argentino soñaba con ver llegar al caudillo en un pajarraco oscuro que aterrizaría y volcaría felicidad sobre las miles de cabezas que ansiosas aspiraban a regresar a los primeros tiempos del general. Pero el tal avión no era negro, se trataba del vuelo 991 de Iberia, el cual fue detenido en el aeropuerto de El Galeao por las autoridades brasileñas, por instrucciones del presidente Arturo Illias. La Operación Retorno se quedó congelada en el tiempo, en un poema que roza los deseos de aquella gente recostada de un mito.

El poema de Esteban Moore, contenido en el tomo del mismo nombre, El avión negro, Papel Tinta Ediciones, Buenos Aires, 2007), reflexiona sobre este hecho y aborda detalles familiares que le dan más fuerza evocativa a la historia. Este poema conversado, como casi toda la poesía de Moore, repasa el libro de historia de aquella nación que aún se debate entre el apellido del militar y la modernidad democrática.

La memoria del niño que era Moore se explaya en el texto desde el bar de Ferraresi, donde iba con el abuelo. Allí hilvanó las raíces del texto sentado “en una mesa frente a las carameleras / y a cambio de buenos modales/ --estarse quieto y mucho silencio-/ me dejaba pedir la Bidú y el helado que pudiera consumir” (…) Fue allí/ donde por primera vez escuché hablar/ del avión negro/ ---Si---fue ahí---podría jurarlo (…) Hoy a décadas de distancia mientras espero para cruzar una calle/ en una Buenos Aires/ -crecida –sucia- ruidosa/ el avión negro es ya un acontecimiento anecdótico/ pero es también esa pregunta nunca contestada…

El poema anida en el mito, recobra la sintaxis de esos días de sueños, de ensueños e ilusiones aún no superados.

Alberto Hernández, Sam Hamill y Esteban Moore (2012).
2.-
La poética de Esteban Moore hinca en detalles del pasado, desde un yo que se amplía y se reconoce en la sonoridad de unos versos bien respirados. El ojo del poeta hace un inventario de los eventos que lo marcaron en la niñez, en la adolescencia, en ese pasado que se hace hoy en el tono y la acentuación de la lectura. La voz curiosa de Moore relata desde la atmósfera de los secretos familiares, desde las sombras y las luces de sus antiguas casas, desde los nombres que cuelgan de la memoria. Precisamente, en “Viejos papeles” hay una fotografía color sepia, un cuadro en el que aparecen palabras y objetos escondidos: “Un sábado por la tarde/ dedicado a la limpieza de la baulera a poner en orden trastos viejos/ descubrí entre unas cajas de cartón un paquete/ envuelto en papel madera/ atado con grueso hilo de cáñamo/ oscurecido ---empolvado por el tiempo”. Tiempo y espacio, historia y lugares donde la mirada de Moore se estaciona, se hace historia, verso, poema en prosa.

En el poema “Fotografía” es mucho más evidente lo afirmado arriba. La imagen tiene doble contenido: la imagen misma, la descripción de los personajes y la nota que en el reverso se puede leer en dos idiomas. El poeta se recrea en esta instancia y seduce al lector al acercarlo a la mirada, al rostro de una anciana y de una niña. El pasado como sustancia viva del poema.

Un paisaje se congela en la voz de quien lee lentamente: “Mirá eso, pronto no lo volverás a ver”: quien transita por estos versos hace un viaje por costumbres que ya no existen. Trazos largos donde se siente el deseo de darle una respiración profunda a la lectura. Se siente el tiempo hasta la llegada del futuro en el último verso. El túnel del tiempo rodea cada poema, lo exalta, lo hace presente. “Los chacareros”, los agricultores, los campesinos…los arreadores: el color local y universal de hombres que hacen del silencio un modo de “vigilar el maizal”. Personajes como “El turco de la bolsa”, quien pasó toda la vida en una esquina  vendiendo “beines, beinetas, hebillas, hilóz, agujaás y otras baratijas”, hasta que desapareció y se hizo leyenda, memoria colectiva, dolor en la ausencia: “Allí/ jornada tras jornada –pasaba largas horas/ siempre de pie –en posición casi marcial/ esperando a su posible clientela// Siempre lo vimos con la misma casaca militar…”.

Un personaje lejano como en una fotografía, pero presente en la mirada del poeta reflejada en el lector.

3.-
La lectura vuela, viaja, se desliza por la geografía afectiva de una ciudad: Buenos Aires entrega “Los boliches”, “Los cines”, el “Restorán Los vasquitos”, un “Tiempo de cosecha”, la “Crónica de estos días”, y así hasta una “Carta a Marco Polo/ Venecia”. En estas líneas la vida y la muerte tienen lugar: la tortura y sacrificio de Alejandro Javier, a quien llamaban “Bocha”. La panorámica de la memoria hace de estos espacios parte del mismo rito urbano: las ciudades engendran, paren y abortan sus locuras y bellezas. Esteba Moore elabora un discurso que cuenta, relata –como una conversación entre amigos- la historia de su barrio, de su patio, de su ciudad, de su mundo. Y lo hace consciente de que la historia se debate entre el mito, la estupidez y la tragedia. Entre la paradoja y un largo poema que habla consigo mismo.

Un avión cruza el cielo del poema y libera al posible lector de las sombras que marca su vuelo.


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