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Saturday, February 18, 2012

Los amorosos - Jaime Sabines (1926-1999) México


-por Alberto Hernández-


1.-
Los cuerpos, anudados a todos los deseos, velan por el silencio. Desasistidos por la unión, avivan atentos la distancia que podría separarlos. Una palabra agreste y peligrosa se asoma al ojo de quien, bajo las sábanas, admite la soledad: amor. El lugar, la cámara carnal para callar el nombre, la mujer que es pliegue y sabor de flujos de animal, se hace la postrera vuelta del reloj: (Esta es la última vez que yo te quiero./ En serio te lo digo).
Jaime Sabines, el poeta mexicano de Tuxtla Gutiérrez, imbricado en las páginas de Horal, La señal, Adán y Eva, Diario semanario y poemas en prosa, Poemas sueltos y Yuria, se celebra en esta selección en donde invade, con su escritura, la visión de una constelada y mística complicidad amorosa.


2.-
La ausencia habitada de cosas (objetos donde los olores purifican los sonidos que jamás se han ido), metaforiza el desamparo. Entonces, leemos al fuerza de ese apego de Su piel sobre mis huesos/ y mis ojos dentro de su mirada./ Nos hemos muerto muchas veces/ al pie del alba. Moriencia: callarse en ese sentimiento. Esa lisa y hasta inatrapable garantía de que una quemadura dejará la marca en el lugar menos advertido. El amor, esa palabra, esa descolgadura del alma, tiene en Jaime Sabines todos los adioses y distancias, hasta tocar el filo de la sangre iluminada, al desamparo de la madrugada, cigarrillo y voz ronca frente a una cama asaltada por la tristeza.
Un viaje entiende los tiempos que laten en el pecho. La mujer es un después, también un antes, pero borroso. Los cuerpos horizontales, paralelos para que la ubicuidad sea vientre y acumulación de resplandores. Saber de ella, hacerla desespero y vacío, un hueco para que nada perturbe el morir, el asma en la tabla de mi corazón, el deseo.


3.-
Los amorosos callan./ El amor es el silencio más fino,/ El más tembloroso, el más insoportable.
El silencio, el único habitante de los sonidos amorosos, ventila sus digresiones con el cuerpo lejano, tibio aún luego de tantas escondidas muertes. Porque se vive para ocultar lo que se lleva en la camisa de amar, en el fondo fortuito de esa sustancia que viaja e inventa oscuridades. La lámpara apagada, la mirada puesta en el techo mientras ellas buscan en el sueño la muerte (que) les fermenta detrás de los ojos.
Amanecer es el dolor aguzado por todos los ruidos, los desencantos, los juegos extraviados, el olor del sexo fabricado en el olfato de viandantes y cómplices que los miran salir del amor, o entrar precipitadamente en una palabra que lee lágrimas y pequeños asaltos de la boca, cuando el beso nace y muere en una esquina.
La dura sombra se hace despedida, el día está en los asuntos de la noche, cuando los cuerpos se funden. O se separan. El silencio domina, se aterrona en las manos frías, en una palabra repetida tantas veces que ya es ojo vigilante.

No se dice.
Acude a nuestros ojos,
a nuestras manos, tiembla, se resiste.
Dices que esperas –te esperas- desde entonces,
ya sabes que el adiós es inútil y triste.


4.-
Es beso es una carta. Letra viva, un poema, la hora vacía. El paraíso, la revelación de las primeras palabras, el amor, el tiempo, los animales y el seco. Adán y Eva en un bosque dialogado. A cierta hora, el cuerpo apetece el silencio para hacerse sangre, semen y arrobo de esa levadura. El cuerpo sideral del jadeo, la vuelta a la muerte de ese instante cuando sólo existe la fosa del placer, la piel, el vientre, la lectura del frío y una puta con todos los nombres de las constelaciones.
En la juntura del último sudor cierra el libro, el cuerpo se desgaja. El poema debajo de la almohada. Afuera, el tiempo y las parejas, observadas por el desgano.



ah

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