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Friday, June 19, 2015

Salvoconducto para un cuerpo ausente (Adalber Salas Hernández - Caracas 1987)


—por Néstor Mendoza—

Da pena estar así como no estando
Eliseo Diego

Adalber Salas Hernández.foto:lamajadesnuda.com
Por más que busco o hurgo en el escritorio, en los rincones o detrás del cuadro del nuevo prócer, no consigo el documento que me permitiría transitar libremente en estas ruinas; debe tener, eso sí, la firma ilegible y el sello lubricado con tinta: el líquido azul, o color petróleo, que legitima la fragilidad del papel.

No quiero salir de casa. El miedo es mi pan y mi alfabeto. Cuando se tiene miedo es difícil distinguir entre el querer y el deber, entre el ser y el deber ser, entre el azote y la espalda que lo recibe. Todo se trueca en un problema ontológico. Palpo mis pies cansados, emancipados de los zapatos y de las medias; toco mi cabeza, y debajo de ella, las conexiones neuronales, las ideas que se empujan y solapan. No hay claridad. El documento que tanto espero, ¿es mi libertad condicional o una invención para mantenerme en esta parálisis? ¿Es Teseo o el minotauro?

Se supone que me darían el pliego hoy mismo; sin embargo, gotea con ese ritmo espeso y baboso de la burocracia. Me toca quedarme en casa nuevamente. Entonces repito: ellos no desean darme la autorización. Pueden dármela pero no quieren. Prefieren engordar un método de transacciones fútiles que embrutece, envilece y confunde. Por eso leo y escribo, para transitar el paisaje que han tachado con anuncios. Con cinismo. Por eso Adalber Salas Hernández, pienso yo, ha decidido escribir un poemario; o sea, un Salvoconducto.

¿Qué parentesco hay entre Caupolicán Ovalles y Rubén Darío y entre “¿Duerme usted, señor presidente?” y “Sonatina”?  Las motivaciones de estos dos poemas son distantes a simple vista. El poema dariano nos remite al hastío de una princesa atrapada en su opulencia, imagen típicamente modernista. El texto de Caupolicán, en cambio, es un puñetazo desafiante, soez en ocasiones, que tiene marcadas referencias político-sociales y una forma análoga al grupo literario El Techo de la Ballena. En apariencia resultaría difícil asociarlos o pensar en un ensamble o engranaje. Acaso allí radica su valor más original. Y este ha sido, justamente, el acierto de Adalber Salas Hernández (Caracas, 1987), quien unifica “realidades distantes” y pone en marcha una nueva y muy efectiva articulación, no menos afilada que la citada obra de Caupolicán. En este caso me refiero a un poema en específico, “X (Sonatesco y ripioso)”, el cual forma parte de Salvoconducto, ganador del prestigioso Premio Arcipreste de Hita 2014. Adalber Salas maneja, en ese libro, diversos procedimientos textuales para configurar una poética en la cual lo grotesco, lo nimio, la ironía y el sarcasmo muestran los márgenes corroídos de la realidad.

Salvoconducto es una propuesta de expresividad madura y de elocuencia narrativa que no teme a la colocación irregular de los versos.  Adalber relee exhaustiva e intertextualmente algunos clásicos de las lenguas española e inglesa, exhorta y pone en evidencia los infortunios de una ciudad que puede ser cualquier capital del país o del mundo; capital mal administrada (malversada), en definitiva, violenta y temerosa al unísono. El autor dice “Caracas”, con énfasis y sin eufemismos; dice Caracas, y en seguida se abre un grifo de imágenes, o mejor, una cañería que fluye al mismo ritmo que un río embaulado, con escombros y olores indeseables. Esta Caracas de Adalber es férreamente la capital de Venezuela, con sus alrededores de intimidación, secuestros express, desconcierto, impunidad y esa otra ciudadela llamada morgue de Bello Monte (“Hay cadáveres que fueron lanzados al mar/ para que sólo el agua recordara sus nombres”). También es la idéntica rutina de Valencia, Maracay, Cabimas, Mariara, Boconó y cualquier ciudad, pueblo o caserío. Estos poemas no pretenden ser cuadros impasibles dispuestos en salas de espera, clínicas odontológicas o escritorios jurídicos, tampoco son piezas esterilizadas o floreros parnasianos. Adalber no es Leconte de Lisle.

Salvoconducto aproxima los opuestos y toda su dotación de exterioridad. Lo hace con Rubén Darío y Caupolicán Ovalles; lo hace con Caracas, que indistintamente pasa de víctima a victimaria. La gramática nos dice que, en el siguiente verso, el sustantivo “Caracas” funciona como un vocativo; pero yo veo, además, una salutación fúnebre: “Caracas, los que van a morir te saludan”. Los hombres que caminan en cualquier noche capitalina son brochetas de miedo, y transitan las calles iluminadas u oscuras con un “temblor/metálico que les atraviesa la espalda, /que les ensarta las vértebras, que les/tuerce el andar”.

foto:colofonrevistaliteraria
Salvoconducto frecuenta sin complejos los antecedentes literarios, no importa si la intención es abiertamente premeditada. Siguiendo aquella recomendación horaciana en la que el poeta debe afirmar y negar algo, Adalber señala: “Y yo, / yo estaba en el asiento trasero, con mis/ siete u ocho años, respirando ese calor espeso que/ era como un castigo de dios o un/regalo de dios, uno nunca podía notar/ la diferencia”. Como en el relato “Maniquíes” de Salvador Garmendia, Salas Hernández describe la aparición de extraños cuerpos sintéticos, tan semejantes a nosotros y a las estadísticas de la ausencia. Muñecos de cera, inexpresivos, que han aparecido repentinamente. Esos cuerpos venían con su castigo a cuestas: “Ninguno de ellos tenía el descuido/ de poseer una historia”. Y justo al cierre del poema, la hermosura de unos versos, efectivos en su estética y que nos afectan en el ánimo: “Nunca fueron tan amados como cuando/ sus figuras se habían diluido por completo”. Todos los muertos no caben debajo de la alfombra de algún ministerio.

Pero esto no es todo lo que nos ofrece Salvoconducto: también podemos leer episodios de la experiencia personal del poeta y su círculo familiar o la sonoridad del movimiento que trae nuevamente la fuerza y amor maternales. Libro de despedidas, de cartas póstumas, de testamentos e informe forense; pero hay mucho más, algo más que contrasta y que pesa y se muestra con humanidad y humildad: una palpitación que se alarga y busca con los brazos abiertos la piel sensible, el brote de la hoja, la memoria. Se trata de desenredar el ovillo de la indolencia para tejer un mantel en el que podamos disponer una comida menos angustiosa.

foto:nagarimagazine.com
Salvoconducto resuena con ecos amplios y diversos, se aleja del coro monocorde de las propagandas goebbelianas y de ciertos individuos que se han transformado en empleados pacificadores, funcionarios con discurso subvencionado. En una época de amputación comunicacional, la epidermis de algunos poetas es más porosa. No olvidemos los cuerpos caídos en las aceras: “Nadie notaba el olor, /la luz fría lo había escondido. / Eso no era un cuerpo, era algo más, / replegado, tachado. /Algo que había perdido todas sus alianzas”. Adalber concibe la subversión poética sin didactismo y no cae en la cómoda enumeración de culpables: la realidad tiene sus propios ladrillos que caen cada cierto tiempo en algunas frentes.

Valencia, abril de 2015.





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