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Wednesday, January 26, 2011

En Defensa de Madame Bovary - Gustave Flaubert

En enero de 1857 el novelista, y dramaturgo francés, Gustave Flaubert, le envió una carta a su abogado defensor, Maître Sénard, durante la demanda que el gobierno entabló en su contra ―y del publicista de su novela Madame Bovary―, por cargos de obscenidad e inmoralidad; ambos quedaron absueltos. De hecho, en la admirable dedicatoria del clásico, Flaubert agradece a su abogado el hecho que la publicación de su novela, finalmente, fue una realidad gracias a sus oficios. En el apéndice ―titulado In Defence of Madame Bovary― del excelente trabajo biográfico Flaubert: A life, de Geoffrey Wall, dicha carta dice:



«Yo me encuentro acusado de ‘ofender gravemente la moral pública, la religión y la decencia’. Mi libro es mi justificación. Aquí está ese libro. Una vez que mis jueces lo hayan leído verán la verdad: Lejos de haber escrito una novela obscena e irreligiosa, he compuesto una obra que es eminentemente moral en su efecto. ¿Puede la moral de una obra de arte literaria residir en la mera ausencia de ciertos detalles que podrían incriminarla si se toman fuera de contexto? ¿No deberíamos considerar más bien una impresión en conjunto; la lección indirecta que se desprende de ella?. Y si, por falta de talento, el artista no ha podido producir este efecto, excepto por crudos medios superficiales, ¿No significa esto que los pasajes, aparentemente censurables, pareciera son todos los más instructivos y útiles? ¿Ha sido Juvenal alguna vez acusado de inmoralidad?


Gustave Flaubert (1821-1880)
Aunque pueda ser arrogante por invocar los nombres de grandes hombres que están relacionados a un libro como éste, les pido recordar, antes de emitir un juicio sobre mí, a Rabelais, Montaigne, Regnier, todos los Molière, I’abbé Prévost, Lesage, Beaumarchais y Balzac. Los libros sinceros a veces pueden tener un determinado sabor picante saludable. Personalmente lamento más bien los dulces azucarados que los lectores tragan sin darse cuenta de que se están, silenciosamente, envenenándose a si mismos. Siempre había sido mi convicción de que el novelista, como el viajero, ha disfrutado de la libertad para describir lo que vio. Siguiendo el ejemplo de muchos otros, podría haber elegido un tema extraído de las filas ‘excepcionales’ o innobles de la sociedad. Elegí, por el contrario, entre lo más prosaicamente ordinario. Le reconozco que la representación es desagradable. Niego que sea criminal. De hecho yo no escribo para las niñas, yo escribo para los hombres, para hombres educados. Los lectores en busca de material lascivo, los lectores que puedan tomarlo a mal, nunca van a progresar más allá de la tercera página de lo que he escrito. El tono serio no será de su gusto. La gente no va a ver intervenciones quirúrgicas en un espíritu de lubricidad. Acepto, por adelantado, el veredicto de mis jueces. Frente a la enormidad de las acusaciones formuladas en mi contra, me declaro en mi propia ingenuidad e ignorancia. Desconcertado en cuanto a la naturaleza de mi fechoría, tal vez pueda tomar algún consuelo en mi castigo.»



Transcrito y traducido, del inglés, por John Montañez Cortez.

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