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Así comienza el capítulo uno ―sería descabellado intentar siquiera traducirla al español, sin dañar la magia en la cual fue concebida― de esta entrañable e inolvidable novela Where Angels Fear to Tread ―Donde los ángeles no se aventuran―, del no menos célebre novelista británico E.M. Forster. Fue escrita en 1905 y publicada por vez primera por la afamada editorial del escocés William Blackwood & Sons. Originalmente Forster la tituló Monteriano, pero el título final proviene de una línea del libro An Essay on Criticism, por Alexander Pope, que dice: For fools rush in where angels fear to tread. En 1991 el director británico Charles Sturridge la llevó a la gran pantalla en una típica producción del cine de la Gran Bretaña.
El plot principal pareciera bastaste trivial, en los primeros capítulos, pero va creciendo y enmarañando las pasiones de los personajes en una forma que quedas irremediablemente atrapado en la dinámica de la narrativa misma. La viuda Lilia Harriton viaja a la región Toscana de Italia acompañada de su joven compañera de viaje, Caroline Abbott. Lilia queda enamorada de Italia y de un apuesto italiano mucho más joven que ella y decide quedarse. Furiosos, la familia de su esposo muerto, envían al cuñado de Lilia para prevenir el inconveniente casamiento, pero llega tarde. Ya Lilia se había casado con el italiano y estaba embarazada nuevamente. Durante el alumbramiento de su hijo, ella muere.
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Edward Morgan (E.M.) Forster (1879-1970) fue un novelista inglés, increíble escritor de narrativas cortas, ensayista y libretista. Es mejor conocido por sus irónicas y muy bien hilvanadas novelas que examinan primordialmente las diferencias de clases sociales y la hipocresía de la sociedad británica a comienzos del siglo veinte. Forster poseía un impulso humanista siempre dirigido al entendimiento y la simpatía, magistralmente resumido en el epígrafe de su novela Howards End, en 1910: “Only connect”.
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