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Monday, July 3, 2017

Todos los nombres de José Saramago: Soledad, individualismo y burocracia


—por Luis Fernández-Zavala, Ph.D. (*)—

“Dentro de nosotros
existe algo que no tiene nombre
y eso es lo que realmente somos.”
J. Saramago
Premio Nobel de Literatura 1998.

Hace algunos meses, un famoso economista peruano y su pareja quisieron registrar su matrimonio del mismo sexo en el Registro Nacional de Identificación y Estado Civil del Perú (se habían casado fuera del país);  recientemente, una hermosa transgénero necesitaba su nueva identificación como mujer para participar el concurso Miss Perú y la tramitó en el este mismo sistema nacional de registro civil. En ambos casos, el registro fue denegado. El argumento de la oficina de registros fue que no existía una legislación previa que aceptara estas nuevas categorías civiles. El registro civil solo admitía las  categorías preestablecidas hace ciento cincuenta años. Teniendo en cuenta que los registros en su origen estuvieron a cargo de los párrocos, lo que interesaba al principio era saber quién nació para bautizarlo, posteriormente casarlo y por último, mandarlo al cielo con su certificado de defunción. Todo esto porque para ir al reino de dios, había que tener papeles, documentos, una especie de “visa santa”, un certificado de buena conducta.

Posteriormente, cuando los registros se secularizaron, se les añadió las categorías que podrían ser de utilidad para la tarea impositiva,  el servicio militar, el voto y otras relacionadas a la sucesión de bienes. El resto no importaba. Como sabemos el registro civil es donde todos lo nombres de la sociedad deberían estar registrados bajo ciertas predeterminadas categorías. La particularidad del individuo no existe para los registros, pero sí su generalidad como dato. Si no está registrado el nombre bajo las categorías preestablecidas, a pesar de los cambios sociales, el individuo no existe o existe parcialmente.

Mi certificado de nacimiento peruano, por ejemplo, establece con una hermosa caligrafía en tinta negra el nombre de mis padres, sus edades, lugar de nacimiento, el mío, mi nombre, la hora de nacimiento (supongo que para orientar a los astrólogos!) y el nombre de un par de testigos de este hecho tan importante para mí, pero que nunca conocí. La información del certificado de nacimiento norteamericano de mis hijos es más escueta. Lo que me lleva a pensar que cuanto más moderno y desarrollado es el país, menos individualizada es la información recabada para el registro, más genérico el ciudadano.

Es en este universo burocrático de los registros civiles, donde prima la deshumanización del individuo y su falta de particularidad, basado en procedimientos y categorías inamovibles y preestablecidas se desarrolla la trama de la novela de José Saramago, Todos los nombres (Punto de Lectura, 2007), originalmente publicada en 1997.

La trama: Don José es un cincuentón que trabaja por muchos años en la Conservaduría General del Registro Civil. Se desempeña como escribiente, el puesto más bajo dentro de una bien estructurada cadena  burocrática.

La distribución de tareas entre la plantilla de funcionarios satisface una regla simple, la de que los elementos de cada categoría tienen el deber de ejecutar todo el trabajo que les sea posible, de modo de que una sola parte mínima pase a la categoría siguiente. Esto significa que los escribientes no tienen más remedio que trabajar sin descanso desde la mañana hasta la noche, mientras los funcionarios lo hacen de vez en cuando, los subdirectores muy de tarde en tarde, el conservador casi nunca.

Soltero, solitario, lleno de fobias, complaciente y temeroso de sus jefes, cumple su tarea con monótona dedicación y vive ajustadamente en una habitación aledaña a la Conservaduría, como si fuera parte de este monstruo de reglas estrictas, categorías y archivos. Sin vida social o familiar, su historia transcurre entre el llenado de fichas, los archivos y la reconstrucción de la vida individualizada de algunos personaje famosos a los cual él sigue basado en la información primaria de la Conservaduría y los recortes de periódicos y revistas que colecciona.

Hasta aquí vemos que don José dedica su tiempo libre a humanizar a los objetos de su tarea de escribiente, dándoles una vida ficcional. Don José no tiene vida propia  y vive la de sus registros, al mismo tiempo que estaría quebrando una de las reglas de oro de la institución: los individuos son categorizados en base a filtros preestablecidos y no interesa sus vidas reales  que siempre son más fluidas.

Sin embargo, todo va a cambiar cuando por casualidad llega a sus manos la ficha de una mujer que él no escogió para la reconstrucción secreta de su vida porque no era famosa. No obstante, una ponderosa curiosidad recae sobre él y lo lleva alterar su rutina.

La ficha es de una mujer de treinta y seis años, nacida en aquella misma ciudad, y en ella constan dos asentamientos, uno de matrimonio, otro de divorcio. Como esta ficha hay con certeza centenas en el fichero, si no millares, por tanto no se comprende por qué estará don José mirándola con una expresión tan extraña, que a primera vista parece atenta, pero que es también vaga e inquieta, posiblemente es éste el modo de mirar de quien , poco a poco, sin deseo ni renuncia, se va soltando de algo y todavía no ve dónde poner la mano para volver a sujetarse.

Su curiosidad lo impulsa  a “cometer los abusos, las irregularidades y falsificaciones que constituyen la materia central de este relato”. Al final, después de quebrar muchas reglas ya no le importará que lo echen de su trabajo en la Conservaduría porque al romper las reglas pudo vivir un poco más, salir de su absurda rutina de  aislamiento y  sentirse solidario con la vida y muerte de la mujer desconocida. La empatía lo humaniza.

Más de un distraído lector (entre ellos, aquel que reseñó la novela en la contraportada de esta edición)  ha visto en esta trama, una novela de amor. Esto no es así, ni argumental ni alegóricamente. A no ser que el lector piense que la curiosidad es sinónimo de amor,  la novela está desarrollada formal y estilísticamente para dar cuenta del ambiente claustrofóbico de aislamiento social en el cual vive don José y ante él cual el se va a rebelar. Tanto don José, como el narrador se preguntarán cuán lejos éste va a llegar en su carrera contra el tiempo para descubrir qué fue de la vida de este particular nombre.

Llamará la atención del lector que la novela haya sido escrita usando extensos párrafos en los que se superponen tanto los pensamientos de don José, sus acciones presentadas por la voz del narrador omnipresente y hasta un diálogo directo de éste con el lector (“como ya sabemos…). Más aún, los diálogos entre don José y sus interlocutores se continúan sin ninguna puntuación. Esto hace que la lectura no sea tan sencilla, pero contribuye al crear un efecto envolvente y claustrofóbico sobre el mundo solitario de don José. Si a esto le añadimos que la referencia a otros personajes “sin nombres” (el conservador, el subdirector, el farmacéutico, el director del colegio, el enfermero, el pastor de ovejas, el médico, la mujer desconocida, la mujer del segundo piso, la madre y el padre de la mujer desconocida) y que el personaje principal solo se le conoce como don José, sin apellido, el autor logra sumergirnos desde el inicio y a lo largo de la novela en el universo casi fantasmagórico, aumentando la tensión de la soledad y aislamiento.

Al final, nos daremos cuenta, aún las escapadas del don José estaban también controladas y predeterminadas, y que la mujer desconocida, ya no podrá catalogarse como muerta, porque sabemos algo más de su vida. La muerte en la Conservaduría es solo una clasificación y un lugar específico en los archivos que se puede alterar, cambiar por azar, error, por buena o mala intención.



(*) Autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas (Pukiyari editores, 2014) disponible en Amazon, Barnes & Noble, PeruEbooks, Allá en Santa Fe.





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