M u l t i n a t i o n a l - B l o g - o f - A r t - a n d - L i t e r a t u r e - f r o m - D e n v e r

Friday, August 29, 2014

'El hombre en la azotea' de Abelardo Sánchez León: Las ONGS también matan

  
Abelardo Sánchez León. foto:caretas
                                                                                 
“Lo mío, he tratado de explicarle, también sale del
corazón, de las convicciones, de los compromisos,
de las batallas diarias por superar el egoísmo. Ser
intermediarios, no ser nosotros , no ser yo, ser
intermediarios entre los donantes y los
beneficiarios. De eso vivimos...”.

por Luis Fernández-Zavala, Ph.D (*)

Abelardo Sánchez León (o Balo, como lo llamábamos en la universidad) es más que un multifacético escritor peruano (profesor universitario de Comunicaciones, líder de una ONG (Organización No Gubernamental), director de una revista socio-política, poeta y novelista) que ha publicado 25 obras entre trabajos sociológicos, poesía y novelas; ASL es también un válido referente de la  generación de los años 70  que ha sabido  combinar con vehemencia el quehacer social y la literatura. ASL pertenece a ese grupo de profesionales peruanos que se fueron a Francia a hacer un post-grado y terminaron formando un círculo de amistad al rededor de algo en común, más allá de nacionalidad, preocupaciones personales y políticas: su pasión por la literatura.

ASL no se metió a la literatura en Francia, el llevó su poesía a Francia y allá  hizo amistad con  narradores de la talla de Julio Ramón Ribeyro, Bryce Echenique entre otros,  que estamos seguros han influido en su prosa afable, intimista y humorística. Algunos críticos piensan que su mejor área de producción ha sido y sigue siendo la poesía, quizá porque en su obra  solo cuenta con 5 novelas de las obras 25 publicadas. El Hombre en la Azotea (Alfaguara, 2008) es su penúltima novela y merece  un comentario especial porque  recoge un retazo de la historia peruana contemporánea, el mundo de las ONGS, desmitificándolo a través de la visión de uno sus actores.

foto:elcomercio.pe
Efectivamente, Gustavo Ibáñez, el narrador en la azotea, aunque no lo dice la novela, forma parte de ese grupo de Científicos Sociales de los años 70, cuya opciones de trabajo eran: o trabajar para el Estado, la universidades, las ONGS o ser consultor para una de la grandes agencias de desarrollo europeas o norteamericanas. Gustavo Ibáñez nos contará de sus experiencias e impresiones como funcionario de una ONG en Lima. El mundo de las ONG es, como cualquier otra organización, está plagado de agendas individuales, juegos de poder y alianzas a su interior, y de negociaciones, influencia y control a su exterior. No todo es perfecto en las ONGS que son organizaciones como cualquier otras, sujetas al contexto social más amplio y a las acciones de sus manejadores.

Desde el título, el autor nos  ubica en el lugar desde el cual se va a narrar la historia: en una azotea, o sea, desde la distancia, desde la memoria. El narrador ficticio se ubica física y mentalmente fuera de los hechos para irlos hilvanando  para los lectores. Él está en la azotea –donde en Lima se ponen las cosas en desuso– para presentarnos un “informe” de vida, el reporte final de entre los muchos que tuvo que preparar como líder de una ONG en Lima, pero sin la metodología interesada de los informes profesionales y burocráticos. El informe final de Gustavo Ibáñez es un reacomodo de lo que vivió en el mundo las ONGS: expectativas de hacer algo bueno, un círculo de amigos-colegas, un mundo profesional con sus intrigas y decepciones. Las experiencias vividas, vistas a la luz del tiempo, en un contexto específico (la invasión del Banco Mundial en el terreno de las ONGS) se convierte  el “informe”  personal, a veces desordenado y esconde el deseo de que se conozca su verdad. Ibáñez no trata de hacer un evaluación crítica de las ONGS, sino presentar su versión personal de las relaciones que entabla en este mundo profesional y cómo estos afectaron su vida.

Los personajes que van apareciendo en escena, según la versión del narrador, son arquetípicos: no hay un mayor conocimiento de ellos más allá de su papel en el juego interno o externo de las ONGS. Inclusive, Victoria Herrera, la asertiva esposa de Gustavo Ibáñez aparece ejerciendo sobre él presiones que podían ser tachadas de arribistas (o normales), tomando en cuenta las necesidades materiales de la familia (una casa, un carro). Ella es una fuente más de tensión afectando su trabajo. Lo ve como un sujeto demasiado pasivo y tímido que no se las juega para poder seguir escalando posiciones dentro de la ONG, a pesar de sus veinte años de trabajo estable. Ella arregla y desarregla sus informes (recuerdos), y lo deja de querer más o menos al mismo tiempo que se da cuenta que Gustavo ya no quiere seguir jugando el juego de poder y entra en una crisis emocional. En la narración, no hay sino la versión de Gustavo que siente que su mujer lo mira ya lastimosamente. Él siente que Victoria hubiera querido un esposo que hubiese podido ser un consultor para el Banco Mundial. Trabajar por una buena causa no elimina las contradicciones de la pareja, sino que con el tiempo, las acentúa.

Cuando discutíamos nos acalorábamos de manera extraña y nunca supimos bien la razones de ese inusitado cambio de ánimo. Pienso que no hay razones. Lo que hay detrás de cada riña de pareja es nuestro propio modo de ser, el tono de nuestra voz, nuestras actitudes. No nos soportamos e inventamos excusas para pelearnos.

Desde el principio de la novela nos damos cuenta de un actor fantasmagórico que cambia todas la reglas del juego entre ONGS y sus participantes: El Banco Mundial. Federico Gutti es el amigo que esperando su jubilación le pondrá al tanto de las formas de operar de esta institución.

Los seis mil empleados somos tristes amanuenses del gran imperio financiero. Aquí se produce gran cantidad de papel. En el fondo, no somos otra cosa que empleados que visitan países, negocian inversiones, promueven proyectos mano a mano con los gobiernos, les prestan dinero y luego redactan informes que den cuenta a sus jefes de las etapas realizadas. Claro, me decía, el Banco produce todo tipo de papel.

foto:pucp.edu.pe
La manera de dar cuenta de esta relaciones interpersonales e institucionales, es a través la presentación de diversos personajes muchas veces aludidos usando sobrenombres: el Carioca, Mr. Meeting, Amor sin Fronteras, Emma Civil Society, Emma World Bank, The Romantic English Woman. Los estilos de manejo institucional de la ONG y sus manera de crear tensiones sobre la vida de Gustavo Ibáñez, se hace en acápites que llevan los nombres de los directores o personajes claves en el manejo de la de la ONG a la que perteneció. Los eventos suceden en Washington D.C. (el Mall) o en la sede de la ONG (el pasillo) y en el momento clave e ineludible de renovación de cargos (la despedida); la azotea es el lugar de la remembranza.

No hay en la narración de Gustavo Ibáñez un orden rígido y una trama clara que hable de una búsqueda de un derrotero. Se trata más que nada de impresiones y reacciones a los personajes que va encontrando. No queda claro cómo surge su “crisis emocional”, cómo es que “quema cerebro” y se refugia en la azotea para escribir su historia. Gustavo Ibáñez no es un necesariamente un tipo compulsivo, maniático que entra en crisis. Tampoco se deja ver si el mundo laboral lo lleva a esta crisis. Simplemente pasa que se “desconecta” de la realidad y empieza a escribir –ahora sí obsesivamente– el reporte de su vida laboral. Tal como está presentado en la novela, Gustavo Ibáñez, solo quiere hablar de lo que vivió. 



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(*) Autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas (Editorial Pukiyari, 2014).





Friday, August 22, 2014

La poesía de Milagro Haack: puertas para un resplandor


—por José Napoleón Oropeza—

Milagro Haack
foto:catherine haack
Cuando en el año 1991, Milagro Haack, nacida en Valencia, Venezuela, el 29 de noviembre de 1954, irrumpió en el escenario de la poesía venezolana contemporánea con un libro integrado por veintiséis poemas, reunidos bajo el título de Temple Ajeno, publicado por Editorial Amazonia, en el año 1990, sorprendió a los investigadores y estudiosos del panorama literario venezolano.

Emergía, con una voz propia, perfilando, en su propuesta, la indagación del ser interior, a través de la anunciación de un “viaje” cuyo itinerario estaría marcado por una voz, un susurro que registraba un diálogo permanente consigo misma:

“Todo
proviene de un pozo
con  el miedo y la soledad temible
uno junto a la otra
obligan a que nazca lo oscuro
al voltear hacia su origen

Helada angustia

bella por el reflejo que dejas
en la distancia
como vencida
cuando te acercas a mis pasos”

La anunciación del viaje hacia sí misma, nace de un “pozo” del cual se extraerán palabras e imágenes en el derrotero signado por un juego  fundamentado en el diálogo del yo de la poeta sostenido, a partir de Temple Ajeno, con “otra” misma, sumida en búsqueda de los espacios habitados en la infancia, paisaje y gozo inagotable, como inagotable sería, en otros momentos, la reinvención de temas e imágenes creados por grandes voces femeninas de la poesía como: Safo, Enriqueta Arvelo Larriva, Elizabeth Schön, Emily Dickinson, Anna Ajmátova, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik, Hanni Ossott, Esdras Parra, entre otras figuras. Poéticas que han sido de gran soporte en la creación de nuestra poeta, quien no sólo se ha nutrido de estas voces sino, también, de las propuestas filosóficas de Platón, de Plotino, de Friedrich Nietzsche, en el “buceo” exegético de sistemas e ideas en torno a la problemática del ser y su existencia.

A través de su yo fragmentado, busca  registrar su origen, su partida y retorno a un impulso genésico. Cada verso, cada poema, se constituye en objeto de anunciación, tras una constante búsqueda de sí misma en el reflejo que deja la “otra”: ella misma (oteando en los versos de las voces femeninas dadoras de un pozo, cuyos versos o gotas extraídas del manantial creado por ellas, y que nuestra poeta reinventará en los suyos, o los fundirá ante el espejo) mientras rastrea detalles, puntos y trazos de lo que pudo haber sido el paso de la “otra”, ella misma ante sí, sin otra, sin novedades para registrar.

Sólo un cambio de “traje”, un vestido llevado, indistintamente, por una y otra.

La poeta se viste; se mira en el espejo; registra en el cuarto por donde anduvo la “otra”; revuelve las pertenencias de la ausente:

“Yo
pensé que era un arco
 íntimo
en dos cuerpos
que se dejaban llevar por el agua…”

con el poeta Eugenio Montejo
Entre sábanas, sueños, ambas entidades se funden en un solo cuerpo, sin importar que, tras el juego, todo quede reducido a cenizas, una de las imágenes recurrentes junto al agua, el cuarto donde ambas se miran y se intercambian sus mismas pertenencias. Un cuarto, un espejo para registrar ese diálogo, el espejeo continuo de una frente a la otra, divididas, buscándose. La que se queda para tratar de asir algún relámpago y la otra, aquélla que lleva un hilo mientras se interroga ante el espejo; una frente a otra reanudan el insondable el viaje hacia la interioridad, hacia la noche que apenas empieza:

“…esta noche
llévate ese hilo
amarrado
en mi boca”

Ese hilo lo entrega uno a la otra, frente al espejo. Quien decide proseguir el viaje anuncia, a su paso, otro hallazgo distinto en la doble interrogación, anuncio y partida, vuelta y retorno al cuarto, al espejo, la puerta antosta, la zona o pozo de relámpagos. El espacio se reduce a un cuarto. Se constituirá en infinito e insondable lugar, mínimo y solo, en la búsqueda de otra figura dibujada en el espejo: la niña, envuelta en su ternura. Prepara un traje para quien ha permanecido ante el espejo recogiendo frases, juntando reflejos, tratando de unir resplandores y relámpagos:

“…encontrando
al doblar las sábanas
su reflejo que no se ha movido
de la angosta puerta”

El hilo que una le entregó a la otra, tras la intención de enhebrar los registros de su “viaje”, sirve, al mismo tiempo, de arma para el escarceo, para el continuo juego de apariciones y desapariciones, como quien juega ante el espejo consigo mismo.

En Temple Ajeno el escarceo de voces y de espacios, en cada poema, constituye  el registro de puntos en el inicio de un tránsito insondable hacia la interioridad de un yo frente al espejo, a lo largo de viajes o indagaciones que surgen, en su poesía, como propuesta genésica, desde este libro, y se mantendría  en todas las indagaciones posteriores de esta gran poeta llamada Milagro Haack, tras la búsqueda de un absoluto nudo formal.

La poeta, inexplicablemente desconocida, o no estudiada con profundidad en los escenarios de la crítica literaria venezolana, a pesar de poseer una obra sólida, de impecable factura formal “al tejer abundantes nudos”, se erige como una de las creadoras más trascendentales en la historia de la poesía venezolana.







Saturday, August 16, 2014

NOTAS SOBRE JAIME BAYLY (1965) Perú


—por Valmore Muñoz Arteaga—

foto:prisaediciones.com
En la historia de la literatura ha habido escritores que, por razones diversas, han levantado grandes controversias, llegando muchas veces a ser odiados con una pasión tan turbada que resulta complejo no ver ciertas parcelas de seducción. La lista sería inmensa y notable en algunos casos. En América Latina no sé hasta qué punto esto pueda ser así, las controversias en este lado del mundo suelen estar matizadas por posiciones políticas que se vuelven controversiales, no tanto por consideraciones filosóficas de cierto respeto, sino por los altos niveles de intolerancia que se han vivido por estos ámbitos, en especial los últimos 10 años. Un protagonista constante de ese tipo de controversias es el escritor y periodista peruano Jaime Bayly. Controversias que giran en torno a su posición frente a los regímenes autoritarios y personalistas de América y por su condición sexual. Dualidad que lo único que ha revelado es la insana intolerancia de ciertos sectores políticos y religiosos de este albañal del mundo.

La obra literaria de Bayly se inicia en 1994 con la novela No se lo digas a nadie, escrita en Madrid bajo la égida de quien es su maestro literario, Mario Vargas Llosa. Es la terrible historia de un joven burgués limeño cuya vida familiar lo empuja hacia los más oscuros y retorcidos mundos de la psicología humana. El machismo y la intolerancia religiosa de la familia y la sociedad lo llevan a hundirse en un mundo espeso, tenebroso, en donde comienza a reconocerse como ser humano. En ese momento, Joaquín Camino, protagonista de la historia, logra superar las barreras que lo separaban de lo que él mismo era y es. La novela, absolutamente valiente, describe cómo se baja al infierno para lograr la superación personal y espiritual, un camino que no nos resulta extraño por tantas referencias en la literatura universal. Vargas Llosa la señala como “una excelente novela que describe con desenvoltura y desde dentro la filosofía desencadenada, nihilista y sensual de la nueva generación”.

Luego del éxito alcanzado por No se lo digas a nadie, incluso llevada al cine por Francisco Lombardi en 1998, Bayly publica su segunda novela, Fue ayer y no me acuerdo (1995). Mucho más vertiginosa y dura que la anterior. Nuevamente rasgos autobiográficos salen a relucir a través de la vida de Gabriel Barrios, joven comentarista de televisión. La historia se hace más lacerante que su novela anterior. La ciudad envenenada, la coca barata, la violencia inaudita y la homosexualidad se vuelven los grandes protagonistas, no sólo en la vida del joven Gabriel, sino de una sociedad entera. Novela que denuncia los demonios que persiguen a una juventud que no es escuchada, una juventud que debe vivir simulando para no transgredir las normas de convivencia, incluso dejándose muchas veces subyugar por conductas injustas y nocivas. Jaime Bayly describe en esta novela la lucha de un hombre contra sus fantasmas. Una lucha que lo lleva hasta el límite entre la vida y la muerte y en donde, una vez más, la aceptación de su identidad termina por salvarlo. A esta novela le siguió Los últimos días de La Prensa (1996), una exquisita obra en donde se deja ver la influencia de Vargas Llosa. Ahora será Diego Balbi quien lleve las riendas de la historia personal de Bayly. Esta historia marca un desvío de los temas que venía trabajando en sus novelas anteriores, aunque de igual manera es una historia de autodefinición. La novela apunta irónicamente hacia la vida dentro de una época en el periodismo peruano, vista a través de los ojos de un joven que va al diario La Prensa a hacer una especie de pasantía mientras está de vacaciones en casa de sus abuelos.

En 1997 aparece La noche es virgen. La novela ganó el prestigioso premio Herralde de Novela. Otra vez Gabriel Barrios aparece como alter ego de Bayly. La novela es quizá la más amoral de toda la narrativa de Bayly, la más amoral o la más honesta, todo depende de cómo quiera verse. Una novela en la cual se experimenta con el lenguaje de forma interesante y cuya historia se resuelve dentro del laberinto de una ciudad (Lima y Miami) en donde reinan las drogas, el sexo, la vida superficial de una clase social confundida y el rock. Claro está, el tema de la sexualidad vuelve a aparecer. Vuelve a aparecer, ya no como una búsqueda de la identidad, sino como la aceptación de una realidad, una realidad que sale a enfrentarse con la frágil realidad del mundo que le rodea. Bayly vuelve a su infierno personal buscando superarlo, sólo que no es fácil: “No puedo seguir siendo gay y coquero en lima. Me estoy matando. Lima me está matando”. Pero ¿qué es Lima? Lima es toda una confabulación social, es una mácula que pretende reafirmarse sobre la base de la subyugación de sus hijos más preclaros. Lima es Caracas, La Paz, Bogotá; Lima es América Latina; Lima es el reino de la ignorancia y la intolerancia, de la deshumanización y la insensibilidad; Lima somos nosotros que creemos ser otros, por supuesto, mejores, impolutos, píos, ejemplos de la moralidad absoluta, jueces de la vida ajena, dictadores de conductas falsas y endebles.

Dos años después aparece Yo amo a mi mami. La novela cuenta la historia del pequeño Jimmy, cuyo amor a su madre es incuestionable. Un niño que sueña con ser estrella del Barcelona F. C. y de conocer Miami. Una novela que, al igual que Los últimos días de La Prensa, rompe con los temas habituales de su narrativa. Yo amo a mi mami es una historia tierna y conmovedora en donde Jaime Bayly busca reencontrarse con su infancia, quizás para continuar ese camino de reafirmación ante el mundo. Quizás para hallar en esos episodios la posibilidad de recobrar un tiempo que se asume perdido, la inocencia perdida. Quizás para edificar una vía de escape momentánea a ese infierno personal. Quizás para reinventar una infancia que le ayude a justificar al hombre de hoy. Le sigue Los amigos que perdí (2000), cuyo protagonista, Manuel, hombre solitario que reside en una casa desahogada en Miami, redacta cinco cartas a cinco amigos, amigos que perdió, tratando de explicar las razones de sus actos que le llevaron a perderlos. Cargada de una enorme ironía, pero también de una poderosa honestidad. Las páginas transitan en un océano de recuerdos a veces cómicos, a veces vergonzosos, a veces dolorosos, pero que en el fondo apuntan hacia la búsqueda de una reconciliación que no necesariamente es con esos amigos perdidos. Un libro poderoso en el cual queda nuevamente evidenciado un manejo envidiable del idioma, algo que caracteriza la escritura de Bayly.

La mujer de mi hermano (2002), también llevada al cine por Ricardo de Montreuil y Stan Jakubowicz en 2004. La novela cuenta la historia de un triángulo amoroso entre Ignacio, Zoe y Gonzalo, con la particularidad de que Ignacio y Gonzalo son hermanos. Qué se esconde detrás de la perfección matrimonial, detrás del marido perfecto, detrás de la esposa abnegada, según Bayly, la monotonía y el aburrimiento más espantoso. Detrás de la muerte del amor se esconde agazapada la rutina que imponen los que una vez fueron amantes. Una historia terrible que devela y contrapone el pensamiento y las acciones de los personajes. Desnuda descarnadamente la hipocresía que sustenta muchas veces las relaciones familiares. Le seguirá El huracán lleva tu nombre (2004). Nuevamente Bayly recurre a la autobiografía y a Gabriel Barrios, quien se enamora de Sofía, una muchacha que, al igual que él, forma parte de la “gente bonita y confundida” de Lima. Se edifica entre ellos una relación por medio de la cual Gabriel, alter ego de Bayly, vivirá nuevamente ese infierno que ha significado la identidad sexual. Una identidad plenamente asumida y que ahora le corresponde hacer que el mundo que le rodea le acepte, o por lo menos, le respete. La novela cuenta sobre los deseos que ha tenido Gabriel de huir de Lima y de dedicarse a la escritura, y que, gracias a Sofía, logra alcanzar. Jaime Bayly vuelve a trazar su historia sobre la base de un antihéroe, de un amoral, de un bellaco que seduce por la honestidad de su actuación, independientemente de nuestras posiciones o convenciones sociales.

La novela Y de repente un ángel (2005), finalista del Premio Planeta de ese año, nos muestra a un escritor solitario, Julián Beltrán, que no limpia su casa, que la mantiene llena de polvo y de telas de araña. Un escritor que tiene una novia, Andrea, que vive increpándolo para que la limpie o que, por lo menos, contrate a alguien para hacerlo. Luego de que, por fin, logra convencerlo, Julián contrata a Mercedes, una criada envejecida y fiel, llena de una inusitada ternura e inocencia que va despertando en él sentimientos que consideraba inexistentes. Comienza a tejerse un hermoso paralelismo entre la casa y el alma del escritor. Mientras la casa va mostrándose reluciente, el alma de Julián transita por una limpieza similar. Esta novela muestra como en ninguna otra la tan presumiblemente conocida relación entre Jaime Bayly y su padre. Es una novela inusual, en donde la violencia y rudeza de sus anteriores historias quedan atrás para darle paso a una especie de paz interior. Una novela sumamente personal, a mi juicio, la más personal de todas. En ninguna de sus obras queda tan al descubierto algo que permanecía escondido, muy dentro del escritor. Y de repente un ángel es la historia de una amistad imposible que desborda el reencuentro con los aspectos más nobles del hombre.

Como apuntaba al inicio, Jaime Bayly se ha vuelto un escritor controversial, más por la ignorancia y la intolerancia que por otra cosa. Un escritor insólitamente repudiado por muchos, quienes le acusan de una infinidad de cosas. Quizás tengan razón en la mayoría de sus argumentos. Es probable que Jaime Bayly no sea un gran escritor, ni siquiera uno relativamente bueno. Yo no sé definir algo como eso, salvo por lo que experimento cuando leo una novela, un cuento o un poema. Mi experiencia con sus libros ha sido estupenda y reveladora. Con el perdón de los que sí saben de literatura, los autorizados por una instancia divina, he sentido mayor placer con sus libros que con Dostoievsky o Thomas Mann. No sé cómo diferenciar a un buen escritor de un mal escritor y en el fondo no tengo mucho interés en saberlo. Supongo que a Jaime Bayly tampoco le importa mucho ser un buen escritor o un mal escritor. Supongo que le importa otra cosa. Le importa crear una sensación de complicidad entre quienes le leemos y los que van a leerle. Haber leído sus libros me ha llevado a hacerme muchas preguntas, no sólo como lector, sino como ser humano; como padre, como esposo, como amigo, como todo, y eso, debo sospechar, debería ser importante. Probablemente el señor Bayly nunca gane el premio Nóbel, pero en el fondo, él y sus lectores sabemos que no hace falta.







Friday, August 8, 2014

MARIANA Y LOS COMANCHES de EDNODIO QUINTERO (1947) Venezuela

—por Alberto Hernández—

I
Una declaración de Ednodio Quintero nos somete al extravío, a cierta ambigüedad, al mareo de la realidad (siempre encomillada) o a una ficción extraída de lo que los personajes creen es una realidad. “Se me hace difícil interpretar lo que escribo”, dice el autor en entrevista con José María Pérez Zúñiga. Efusión esta que fragua lo que el escritor trujillano precisa como fórmula para esta novela, Mariana y los comanches (Editorial Candaya, Barcelona, España, 2004), por lo que nos convertimos, lectores al fin, en falsas conjeturas.

Pese a lo anteriormente señalado, Quintero ajusta: “Mi lugar de escritura es la conciencia”. Más allá de este pre-texto, de esta mirada en la que no faltan los abismos interiores del fabulador, los que nos enfrentamos al relato confirmamos que estamos al borde de un precipicio, de una inteligente contradicción. Es decir, interpretar la conciencia como oficio —como lugar donde arribarán uno o varios destinos—, hace dificultoso alertar a quien se enfrenta a la ilusión. El lector, entonces, se convierte en un problema, toda vez que se ve sometido a un “tema personal”, pulsado como teoría de novela: Edmundo Bracamonte crea, diseña y desdibuja a Mariana. Creación dentro de la creación. La muñequita rusa, la matriushka, y otra vuelta de tuerca para descubrir que en el fondo de esa conciencia se abate un sujeto auto-cuestionado. Quintero nada en dos aguas, mientras el lector intenta alcanzar una orilla donde los personajes esperan ser interpretados, puesto que el escritor no atina a hacerlo por cuenta propia, aunque revela la ecuación de la conciencia.

foto:revistarambla.com
II
Esta escritura ancla en una paralela. El ejercicio de quien lee, de quien pasa por el purgatorio, se sostiene solo: la realidad y la imaginación luchan para prevalecer una frente a la otra. El narrador —el fantasma que arma y estructura— entra y sale de sus propios desenlaces. El escritor inventa, diseña y hasta borra lo que el personaje le indica (las manos siniestras de Mariana y Martín saben de su insomnio).

Mariana y los comanches descubre un título que ubica un personaje y un lugar. Una mujer trazada por la memoria, una mujer ficcionada que se transforma en realidad y viceversa: se apropia del escritor Edmundo Bracamonte, habitante de una novela titulada Mariana y los comanches, que a su vez es pensada(o) por el trujillano. ¿Quién imaginó primero, el escritor/narrador o el personaje/bisagra? En esta instancia del correlato, el lector cae en la trampa del fabulador. La novela, entonces, es una herramienta para socavar los cimientos de quien se cree capaz de interpretar lo que el escritor no ha podido, pese a que la conciencia sabe lo que hace. He allí su teoría, un “tema personal”, una intimidad suspendida por la necesidad de imaginar.

foto:sergiodelmolino.com
III
Un hombre, Edmundo Bracamonte, se encuentra en una encrucijada: no sabe si ha soñado a una mujer o si ésta lo ha inventado a él. Un hombre, Edmundo Bracamonte, vive una aventura con una mujer, pero no sabe si se trata de un sueño, razón por la cual sueña como si viviera esa realidad. O como si realizara un sueño. En este tejido donde la pasión y el desenfado recrean el relato, aparece un sujeto, Martín, quien forma parte de la misma revelación. Ambos personajes le hacen la vida imposible a Edmundo, que a veces es narrador, y se podría pensar, fuera de los avatares de la historia, que se trata de Ednodio Quintero dando saltos mortales entre las líneas de la novela. Toda esta tela de araña conduce al narrador/personaje a elaborar un plan para deshacerse de ellos por haber perdido la capacidad de someterlos a sus propósitos: “Yo mantenía el control, yo movía los hilos de aquella trama vulgar. ¿Cómo iba a prever que Mariana desbaratara mi juego, que adquiriera vida propia y que acabara huyendo en mitad de la noche ante la mirada bobalicona de Martín?” (p. 212). ¿Se le escapó de las manos, del mismo relato? Ante esta “historieta de falsedades y traiciones”, Edmundo Bracamonte piensa destruir su invento: “Yo les di aliento, cuerpo y voz. Yo los destruiré” (p. 215); “yo creé ese monstruo, yo lo destruiré” (p. 219). Con Martín, un pintor adventicio, tuvo una experiencia manual (la masturbación mutua creó una relación extraña, con el agregado de que Martín sumió a Bracamonte en un estado de dependencia enfermiza). Con Mariana, cuerpo y alma para la sumisión, la traición y el temor. Ambos, convertidos en una obsesión, de allí el deseo de borrarlos de las páginas, de la ficción y de la realidad.

candaya.com
IV
Dejo para el final los lugares. O mejor, el lugar: el “Comanche” es un café (pudiera ser cualquier lugar público de Mérida o Mallorca, San Andrés o Margarita). Un café de los tantos que abundan en nuestras ciudades. Sólo que éste agrupa a pintores, escritores, consumidores de adormidera y drogas más comerciales, pero también a quienes quieren deshacerse de la bruma de la cotidianidad: los falsos profetas del arte, los desquiciados de los abismos. Una isla entonces. Un café en una isla. Una isla en un café. Lugar de citas, lugar de pérdidas. ¿Y la isla? Una justificación, un paraíso neblinoso, un lugar para morir o para deshacerse del mundo. Finalmente, Bracamonte lo hace con Mariana: la lanza por un puente. La muerte cumple su destino: un poco antes —imaginariamente afiebrada— se instala en la soledad del personaje: “Me llamo Edmundo Bracamonte, y a esta hora, diez de la mañana, estoy sentado en el porche de la cabaña, frente al mar. Hace rato ya que Mariana y Martín salieron en el jeep rumbo al puerto. Puerto que nunca alcanzarán, pues a esta hora en punto, sus cuerpos convertidos en un amasijo de huesos y de sangre, enredados en los hierros retorcidos del jeep, yacen en el fondo del abismo. Y gaviotas y albatros revoltean allá en lo alto, chillando como comadres asustadas, sorprendidos por la irrupción repentina de esos intrusos caídos del cielo en esta hermosa mañana primaveral” (p. 215). ¿Intrusos también en una historia, para una historia, necesarios para construirla, para crear la contradicción, la ambigüedad?

De regreso, Mariana viva, y en un salto del tiempo, Martín ahorcado con su propia correa. La casa incendiada por manos de Edmundo: “—Dime, ¿cómo hiciste para deshacerte del cadáver de Martín? ¿Dónde lo enterraste? ¿Cómo fue que lo acribillaste a traición? Pues no habrías tenido el coraje suficiente para enfrentarlo cara a cara. Si hubieras visto sus ojos dulces brillando como llamas verdes, ahí mismo te habrías desmoronado” (p. 217).

Un rato después, desde el Puente de los Suspiros cae el cuerpo vaporoso de Mariana. Edmundo Bracamonte cierra el manuscrito: “temo al vértigo y a la memoria. Me sacudo aquel lastre pegado a mis hombros como un piojo y lo arrojo al vacío. Adiós, paloma. Vuela, palomita linda, aprende a volar” (p. 223).

foto:letralia.com
V
¿De dónde emergieron estos personajes? ¿cómo cobraron vida? Un manuscrito extraído del abandono impulsa a Bracamonte a someterse a los designios de la realidad y la imaginación. Con la “muerte” de una de las Mariana, el escritor no sabe cuál de las dos aún forma parte de su abismo. ¿Quiénes son Edmundo, Mariana o Martín? ¿La personificación de una neurosis? Muy a lo lejos, donde no queda sitio para el mareo, los personajes miran hacia el fondo de ellos mismos. Ednodio Quintero se ha quitado un peso de encima. ¿O será que otro relato espera a la vuelta del olvido?